Mañana reducida.
Cada mañana repito el mismo ritual carminativo (salvo un par de improvisaciones dignas para acariciar mi espíritu imperecedero con dosis de creativa corneada): desayuno dos tazas de té y una magdalena valenciana mientras escucho radio.
Recojo la mesa y hago labores propias de mi sexo: ordeno la casa, armo el equipo y ojeo la supuesta rabiosa actualidad. Ya ven: estupideces, costumbres tóxicas de la mañana heredadas y fecundadas por y desde mis genes.
Para fomentar la unión y el respeto mutuo reparto entre mis perritos dos galletas maría y cuatro oreos.
Luego, salgo a caminar y soñar con rojos toros campando a sus anchas entre las manzanas caídas que Lucía y nuestros hijos morderán en El Jardín de las Hespérides.
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