No soportaba el lastre de mis zapatos
cuando apareciste dispuesta a cerrar un trato
que sorprendió a mi mánager, a mi nariz,
a mi pelo, al coágulo de sangre de mi cicatriz,
al cielo de mercurio recostado sobre mi gato
siamés y hasta a mi harapiento aspecto de nitrato
anfetamínico embutido en ese ligero tapiz
de crudo arlequín absurdo por desacato.