Escurrir el bulto,
salirse por la tangente, es un arte. Recuerden al clásico: "cuando estés
débil que el enemigo crea que estás fuerte, cuando estás fuerte que el enemigo
crea que estés débil".
El deber de todo
samurái sicomágico es consumar la tradición sin llevarla a cuestas como una
pesada carga. Ninguna sagrada escritura habla por sí sola: el gnóstico
desempeña el desembarazo de laberintos y tabúes para ecualizar el sonido de sus
laúdes.
La creencia es algo
más que un salto al vacío. Ésta se nos antoja un abrigo para el frío existencial y, también, una claraboya donde asirnos del fluido virtual.
Así pues, el creyente
sicomágico experimentará su ejercicio e
introspección en lo cotidiano hasta iluminarse y, al fin, llegar a la ciudad
celeste si venturosa y digna es su alma.