Frente a sus movimientos generales, el
arte contemporáneo institucional también guarda sitio para tendencias más
esencialistas, en una contrahistoria a menudo más interesante que la oficial.
Si bien el hiperrealismo, en su obsesión por plagiar la realidad
trazo por trazo, puede ser fácilmente acusado de cosificador, los Neue Wilden
alemanes, el New Image norteamericano o la Figuration Libre francesa,
entre otros, trataron a principios de los ochenta de sostener un puente hacia
el espíritu anti-literal del resto de vanguardias: apelativos como “Nuevos
Fauves”, “transvanguardia” o “Neo-expresionismo” dan fe de ello. Estos
contramovimientos no escapan, empero, del signo de los tiempos, en este caso el
amor por el revival, el retro, el vintage,
la repetición, que desde los años cincuenta a esta parte, y sobre todo en los
últimos treinta, resulta una de las consecuencias más elocuentes de
la ausencia de un paradigma representacional unificado en el conjunto de las
artes. ¿No peca la neovanguardia de revival estetizante de la
vanguardia, a la manera de los mimos del neoclasicismo? La “vuelta atrás” de
los neoclasicistas es análoga al afán recontextualizador de la posmodernidad.
Y, ¿acaso no es la omnipresente “parodia”, en ausencia de academicismo alguno,
la verdadera asesina del arte?
Los ochenta suponen, con todo, la
década más combativa de eso a lo que llaman “arte contemporáneo”, y
no es casualidad que coincida con la restauración de la representación. Los
mejores exponentes del arte social, expresivo o feminista, ya se decantaran por
la figuración o por el conceptualismo, datan de esos años [1] La espectacularización
de la vanguardia en la siguiente década, y sus sospechosos tratos con la
museística y las obras públicas marcan la una nueva absorción: acaso una
arriesgada inversión para el capital, pero, sea como fuere, la mejor forma de
neutralizar aquello que podía recriminarle su veloz expansión a ambos lados
de Berlín. La
abstracción se vuelve inocente, la figuración inadmisible. La serena
homogeneidad no fue menor en que de Kooning que en Donald Judd ¿No
queda presagiada finalmente la muerte del arte, esta vez con llanto y crujir de
dientes en lugar del habitual regocijo filosofante?
En estética “siempre nos quedará París” se ha revelado un espejismo. El eje
norteamericano, patriarca de la desartización tanto en lo culto como en lo
popular, ha sumado al Viejo Mundo en su torbellino. Y la homogeneidad de carácter
de una videoartista surcoreana y un performer boliviano señala
uno de los más pintorescos frutos de la globalización. Acaso la solución sea
apuntar más bajo, reducir la expectativa, otear tobillos. En lugar del
esplendor de las “bellas artes” (sean hoy lo que sean), investigar la
menospreciada ilustración, donde se producen fenómenos plásticos más
interesantes. Existe un movimiento de humildad análogo para cada esfera: en
lugar de buscar hoy la literatura épica, donde el esplendor decimonónico
permanece insuperado, apreciar el relato; en vez de aspirar a la sinfonía,
bucear entre canciones… La culpa, en parte, es nuestra, pues seguimos
practicando la grosera metonimia de entender intuitivamente por “arte” la
ocupación marginal que es hoy la pintura, y todavía nos excita y provoca
aquello que emprendiera Dadá hace cien años.
Pero, si
rechazamos tanto arte de élites como arte de masas, en ambos casos por pérdida
de distancias respecto de la vida (uno por imitar la mercancía y el otro por confundirse con ella), nos vemos forzados aceptar la realidad de la
distensión, el desinflamiento, ya lo llamemos “el fin del arte”, su “muerte”,
su “banalización” o incluso su “ocaso" [2].
No por ello hay que entenderla a la manera en que la concibieron Hegel y Danto
(como un paso necesario en el despliegue del Espíritu en dirección a la
filosofía y como la conclusión de un prolongado telos interno,
respectivamente), sino que se puede estudiar como un fenómeno contingente,
causado por una coyuntura histórica, unas condiciones socioeconómicas, una
regresión en la sensibilidad mayoritaria que bien podrían haber sucedido de
otro modo. Al no ser el arte necesario, se puede concebir sin dificultades un
mundo en el que sea plenamente sustituido por la mercancía, aunque dicho mundo
resulte pesadillesco.
Mas, al
rendirnos a la integración final, a la incorporación de ese último fragmento
que se resistía al mundo administrado, ¿qué hemos conseguido? A lo sumo ampliar
el ya crecido grupo de los productos que denostamos como pseudo-arte hasta
englobar a la práctica totalidad de las fuerzas productivas. Renunciamos así a
pensar uno más de los innúmeros cambios que el arte ha sufrido a lo largo de la
historia por culpa de que no encaja en nuestras categorías. Sólo
nos quedará alzar el grito al cielo desde los camarotes de lujo en el Grand
Hotel Abyss [3] mientras
los escritores siguen escribiendo, los dibujantes dibujando, los músicos
componiendo, y el ser humano sigue produciendo cada día una amorfa inmensidad
de material que cree especial por alguna razón que aún se nos escapa. Ahora más
que nunca, se hace imperiosa esa consigna que Adorno tomara de Beckett, y que,
tras referirse a la persistencia del “arte auténtico” contra viento y marea,
adquiere un sentido más radical a las puertas de su aparatosa defunción: “Il
faut continuer”.
Por dónde no importa.
Notas:
[1] Aunque, todo sea dicho, los cauces comunes de
transacción acabaron objetivando sus motivos. Así, lo que al alborear la
década de los ochenta era iconoclasta a finales de ella era de
nuevo icono. "Cualquier rico puede coleccionista puede hoy comprarse [las
fotografías de violaciones de] Mendieta para colgarlas en su salón o su estudio
en la seguridad de que ha hecho una buena inversión en una artista clásica del
arte feminista de la primera fase del posmodernismo. "Compro, luego
existo", una obra de Barbara Kruger crítica con el capitalismo, sirve para ilustrar bolsas de compra de una
tienda chic de diseño de lujo del Paseo de Gracia de Barcelona. Y las
proyecciones de Jenny Holzer con sentencias políticamente críticas sirven para
dar un toque de corrección a los espectáculos de las fiestas veraniegas de las
ciudades cultas y distinguidas donde se consume ríos de champán, toneladas de
langosta y kilos de cocaína" (Gerard Vilar, Desartización: paradojas del arte sin fin, pg. 168).
[2] Gianni Vattimo, El fin de la modernidad, Gedisa, Barcelona,
1986, p. 49-59.
[3] György Lukács, Teoría de la novela, Ediciones Godot,
Buenos Aires, 2010, p. 20. La expresión alude al pesimismo de salón que a su juicio afectaba a la
primera generación de los teóricos de Frankfurt.
Listamos, sin pretensión de exhaustividad, algunas recomendaciones para comprender un poco mejor el fenómeno del arte contemporáneo:
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la música, Akal, Madrid, 2009.
Filosofía de la nueva música, Akal,
Madrid, 2003.
Teoría Estética, Akal, Madrid, 2004
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