domingo, 20 de abril de 2014

Inquietud y quietud




De todo hay en la viña del Señor, o incluso del señor sin mayúscula, o hasta del siervo, si nos ponemos solidarios.  Mi experiencia con el “ciudadano inquieto” de la era de lo anal, lo  banal y la bacanal es, no obstante, la de gente noble y con muy buenas intenciones. De hecho, con intenciones demasiado angelicales, virtuosa predisposición que los conduce a emplear sus ratos libres en pegar gritos -y lo que no son gritos-, quejarse por (el) sistema y agredir por (La) respuesta. La gente suele dedicar su tiempo y energías a criticar sin conocer, para así no tener tiempo ni energías para conocer sin criticar. Pero sus intenciones, fabulosas.

Cada segundo derrochado en arrebatos es un par de palabras menos rascadas a algún libro (cualquiera) sobre lo que se supone que pensamos o, más importante aún, contra eso mismo. Creemos que perpetuar la ideología de nuestros padres o compadres, asumir el llamado de nuestros sentimientos ante “la terrible situación” sin poner en cuestión lo que entendemos por ella, son síntomas de discernimiento, algo imprescindible para ese adulto serio y maduro que ha abandonado la burbuja apolítica de la infancia.

Mientras uno no ponga esas cómodas ideas de sofá en solfa no dejará de vestirse con la ropita que le compra mamá. Ya cultivemos la pataleta vehemente del militante clásico o la indignación ataráxica de los 2010’s , debemos cuidarnos en lo posible de no repetir pautas de comportamiento e ideas infundadas sin pasarlas por la crítica, la criba o, cuanto menos, la crisma.

Al fin y al cabo, ¿no es ésta forma de dar la razón -mediante la ignorancia orgullosa de aquello que nos quita el sueño- a la tesis del fin de las ideologías?  La preocupación política es una  fina línea entre apatía y beligerancia, el hilo de un desierto entre dos oasis exuberantes y en extremo tentadores. Como dije al principio, no se puede generalizar: de todo hay en la viña del Señor. Pero, sobre todo, borrachos.



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