domingo, 6 de abril de 2014

Cuentos cuánticos, II: Los ciegos y el elefante


"Un rey y su comitiva cruzaban el país de los ciegos. El monarca cabalgaba un enorme elefante, de soberbio porte y rizados colmillos.  Al enterarse de la presencia de aquel animal, desconocido por esos parajes, los ciegos enviaron una comitiva, que obtuvo el permiso del rey y su corte para inspeccionarlo de la única forma que podía: mediante el tacto.  Cuando volvieron a su pueblo todos los vecinos les rodearon, ansiosos por escuchar cómo era aquel enigmático animal.

El primero de los ciegos había tocado la oreja del elefante. Lo describió como “una especie de alfombra rugosa, ancha y coriácea”.

El segundo de los ciegos, que había tocado la trompa, dijo: “Es más bien como un gran gusano flexible, de carne firme, con pelos aquí y allá”.

El tercero, que sólo alcanzó la pata, habló de “una especie de árbol de corteza poco abrupta, sólido y vertical”.

La gente, confundida, interrogó a la comitiva tratando de sacar algo en claro, pero los tres expedicionarios no se pudieron de acuerdo. Cada uno defendió su versión de los hechos y se abrió una discusión que culminó en torpes patadas al aire y bastonazos. Finalmente se puso orden y se decidió que la solución era enviar otra comitiva con individuos mejor preparados. Tras un período de selección y formación, la nueva comitiva se encaminó hacia el claro del bosque donde se habían encontrado con el rey, que por supuesto ya se había ido."







Comentario:

O bien permaneció allí, en silencio, escondido entre los árboles sobre su montura, mientras los ciegos tanteaban la hierba…

La teoría del perspectivismo afirma que no podemos contemplar los objetos como son, enteros y de una pieza, sino sólo facetas sueltas aquí y allá. A la Verdad sólo se llega a través de la suma de todos los puntos de vista, porque al enfrentarnos a la realidad estamos tan cegatos, aunque andemos bien de la vista, como los habitantes de ese país de la fábula.

Podemos añadirle a un final alternativo a la fábula: ante la grandeza de ese animal misterioso y polimorfo, los partidarios del primer ciego acabaron fundando una religión en la que se veneraba a las alfombras, los del segundo, por el contrario, dedicaron templos, esculturas y macetas a los gusanos, mientras los del tercero montaban altares en los árboles. Sus sucesores olvidaron el acontecimiento originario y, en lugar de tratar de reconstruir el animal sagrado en base a los testimonios conservados, se obcecaron en las diferencias, montaron guerras entre ellos y mataron a millones de personas a lo largo de los siglos.

Cuando, una vez sosegados los ánimos, en un momento histórico que en muchos sentidos se parece el nuestro, los líderes de las grandes religiones acordaron buscar las similitudes, ir de nuevo a encontrar al rey y su comitiva, les fue imposible: tantos siglos bajo doctrinas que enfatizaban lo diferente los habían cegado para siempre. Unos buscaban alfombras, otros gusanos, otros árboles, y no les satisfizo lo que encontraron.

Esta historia es de origen probablemente jaina, aunque aparece en los sutras budistas (Udana, VI.4). Se puede relacionar con la religión hinduista, acaso la más antigua del mundo. En ella, el principio impersonal, Brahman, se manifiesta bajo tres dioses: Brahma, principio creador, Shiva, principio destructor, y Visnú, principio conservador. Los 330 millones de dioses del panteón hindú tradicional son simples emanaciones de estos.  Tres manifestaciones de una sola divinidad: tres partes de un mismo elefante.

En el cristianismo, la divinidad impersonal también se manifiesta bajo tres personas: Padre --principio creador-, Hijo -principio destructor- y Espíritu Santo -principio conservador. Los casi 7.000 santos a los que se profesa (tanto o más) culto lo son en tanto que participan de este Dios uno y trino.

Egipcios, sumerios, griegos, latinos, eslavos, amerindios o taoístas organizaron a sus dioses en tríadas, de lo que Jung indujo un arquetipo universal. Por no hablar de la religión que profesa este blog, que tiene en Alejandro Jodorowsky (principio creador), Fernando Arrabal (principio destructor) y Fernando Sánchez Dragó (principio muy conservador), su máximo objeto de culto.

Parece que a la mente humana le resulta particularmente sencillo esquematizarlo todo en tríadas, aunque no sean ciertas. ¿Las historias? Introducción, nudo y desenlace. ¿La Historia? Tesis, antítesis, síntesis. ¿La naturaleza? Animal, vegetal y mineral. ¿Las dimensiones? Alto, ancho y profundo. ¿Los colores? Rojo, amarillo y azul. ¿Los estados de la materia? Líquido, sólido y gaseoso. ¿El planeta? Tierra, mar y aire. ¿El cuerpo? Cabeza, tronco, extremidades. ¿Los poderes? Ejecutivo, legislativo y judicial. ¿La vida? Salud, dinero y amor...

Y ya que hablamos de cuentos fantásticos: ¿en cuántos no aparece un genio mágico que concede tres deseos, el primero solicitando la creación de nuevas realidades (principio creador), el segundo una anulación del primero, dadas sus insospechadas consecuencias (principio destructor) y el tercero un retorno al estado inicial, ya que las secuelas del anterior eran aún peores (principio conservador)?*

Ya sea la trompa, la oreja o la pata en lo que nos obcequemos, al menos parece que del elefante, fuera lo que fuese, se captaron tres órganos. 




* Los más conocidos en occidente son el que consignó Charles Perrault ("Los deseos ridículos")  y la macabra versión de W. W. Jacobs ("La pata de mono").

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