“Vivir por encima de las propias posibilidades” es, al
igual que muchas otras fórmulas pegadizas, una contradicción aparente. ¿Cómo puede ser posible vivir “más allá de las posibilidades”? Si lo hemos
conseguido, entonces estaba en nuestras posibilidades. Si no lo hemos conseguido, la
frase es falsa.
La única forma de entenderla es presuponiendo que
esas posibilidades se han redefinido: lo que era asequible en 2004 no lo es en
2014 y, como más o menos se trata de las mismas personas, se puede predicar de
ellas que vivieron entonces por encima de sus posibilidades de ahora. Una soberbia perogrullada, vamos.
Da igual. Ni los datos ni los argumentos importan
demasiado en estas cuestiones. De hecho, nos molesta que otros luchen por nosotros, que testimonien que no nos
lo hemos pasado tan chupi. Estamos mejor así. Pensar que “hemos vivido por
encima de nuestras posibilidades” es un consuelo metafísico que resiste
cualquier demostración. Persiste a cualquier deslavado de cerebro posible, se
mantiene tras cinco semanas sin ver las noticias, tras tres horas sin mirar el
facebook.
¿Por qué es imborrable?
Porque pensar que nosotros y
nuestro primo somos el enemigo jurado de una crisis financiera internacional
no es sólo una explicación simplona para
evitar reflexionar más en profundidad sobre una complejísima tesitura
socioeconómica, es algo más: una necesidad ética.
Es la creencia de que existe la justicia en el
mundo. Es la urgencia de dar por sentado que todas estas desgracias que nos han
caído encima, el paro, los recortes, las pésimas condiciones de trabajo, el
autoritarismo creciente del Estado, el desengaño político, la desilusión ciudadana, el
sufrimiento y la apatía generalizados no son fruto de un capricho, de un golpe
de suerte, de unas cuantas avaricias.
Quien cree que todos, banqueros e inmigrantes,
mileuristas e industriales, hackers y campesinos, “hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades” no es necesariamente, como algunos denuncian, un
nihilista, un carca, un pasota, un conformista. Es alguien que se rebela ante
el dolor innecesario, ante una vileza inconmensurable, ante una perversidad
sin límites: alguien que opone su conciencia a la miseria.
“Lo que sucede arriba, sucede abajo”; “todo efecto tiene su causa”, “lo que Dios da, Dios lo
quita”, “todo lo que sube tiene que bajar”, y, por consiguiente, “tanto sufrimiento no puede ser una casualidad”.
Y ahí tienen razón: no es precisamente una
casualidad.
Pero de eso hablaremos otro día.