lunes, 7 de octubre de 2013

Cuando esto acabe (III)


Te adiviné devorando matices de la ciudad desde tu balcón
entonando dulces gritos disfrazados de mutismos bien pagados
fumando lento ese cigarrillo hecho con los restos de tu stock
acunando el humo pegado a tu cuello que abriga nuestro invierno

¿Qué podía hacer yo si no deslizarme por su piel atrapado como un perro?
Se desarmó, sin querer, cuando por casualidad buscó a un pobre infeliz metropolitano
y reparó en un perdedor absurdo obseso por fingir de lo premeditado un desliz fortuito
Una extraña sensación se abalanzaba dónde mueren las fieras de este circo de cartón mojado

Le dije que perdí el rumbo para acabar implorando una luz al final del camino
que no encontré nada interesante en los libros de ficción, que iba cargado
con el aliento incesante de esta capital para confirmar uno a uno mis temores:
Que muero súbitamente si ella no está
Que las noches sin su abrigo son ceniza en el recibidor

Aburrida de oír la historia de un viejo imberbe, terminó por ofrecer los restos una tarde de sexo y nostalgia.
Lo que medía entre ella y su cielo es una distancia inabarcable por más de una vida entre alcoholes.
Pero yo acepté sus reglas de Maquiavelo para reafirmar su condición de mujer inexorable.
Vi en su 'Strato' el aguijón de una canción de Sabina que se presentó como una legión extranjera
en auxilio de una desdicha, que caza en sueños a los inútiles que avanzan hacia el calvario.

Desnuda, me soltó que me veía igual, nada cambió salvo la apariencia de un colgado algo más raquítico.
Cuando todo parecía una broma de mal gusto se abalanzó sin desdichas de golfa, digna y providencial,
una actriz experta en caricaturas en la industria de la estafa, que mastica el hilo de vida al que me aferro.
Ambos arrullados en la vaguada de un rió, dónde se arrastran nuestros cuerpos desconocidos,
para disimular pasión o celos en la jaula de su habitación dónde me quiso enseñar a besar.
Y puede que fuese yo el primero en olvidar la fatua sombra de su espalda y entregarme desarmado,
desafiando al timonel de nuestro destino con el agravio del naufragio determinado por un anzuelo, 
desafinando en la armónica de Dylan lo eterno del pasado de insomnios de un corsario venido a menos

Acabamos en demolición silbando las horas de animales heridos que aguardan el tiro de gracia.
Yo me limité a observar la grieta preguntándome si el final sería digno de comedía o novela negra
Estalló la burla, la sátira que nadie pudo oír, cuando mi camisa se quedó coja y me advirtió de lo pasajero,
que todo era la respuesta del psicoanalista a una puerta de candados o digno parecido a su padre. 
Perdí de la partida juntos a otros tangibles a la vez que cerré la puerta y me planté bajo su balcón
Por suerte para los dos, al borde del abismo, empecé a reconocer que me había perdido.


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