martes, 10 de septiembre de 2013

"El Yugo Eléctrico de Alicia"





Alicia mirabilis (Johnson, 1861)







Creo que es hora, en mi centésimo primera entrada, de esclarecer por fin los misterios que rodean a la enigmática "Alicia" y a ese extraño "Yugo Eléctrico" que la oprime. Según el testimonio de uno de sus supuestos autores, Álvaro Castilla (no reconocido por la cúpula dirigente), esto es lo que sucedió: 



" [...] cerveza en mano, muchas voces clamaban distintos nombres, cada uno contenedor de cierto grado de sórdida y absurda frivolidad, así que aparté los labios de mi birrus vulgaris y me sumé al cacareo con tal tino que puse punto y final a la batalla de egos con la unión de sencillos morfemas: yugo, eléctrico, dealicia. Al final los cedí y tal, por cortesía y, por qué no decirlo, algo de miedo [...] Obviamente, sabíamos que la simbología no es otra cosa que el óxido del absurdo"



Yo defiendo una versión menos prosaica. Y ya que hablamos de herrumbre, a los clásicos me remito. "Aletheia" (ἀλήθεια) es "verdad" en griego. Si tenemos en cuenta que flotamos en pleno piélago internáutico, ¿cuál puede ser su Yugo Eléctrico?  Sin duda cualquiera de esos trastos zombificadores que esclavizan a las juventudes, conectando feisbuc, tuiter, guasap y demás propagadores de bulos, rumores, mentirijillas, noticias falsas y otros atentados contra la Objetividad. Esos frascos que, bajo seductores etiquetas de "bébeme" o "cómeme" amplifican sandeces hasta el paroxismo o minimizan a su antojo la información que no les conviene. Esos que contienen cianuro pero que nos hacen exclamar, como cantaba otra famosa Alicia, "I don't wanna break these chains".

Alicia, alicaída y alienada, necesita alicientes, alivio, aliento, alimento alígero, aliño (o alioli) para alicatar sus aldabas y no ser alcanzada por alígators, alienígenas, alimañas, alisios, alucinados, alquitrán, alcantarillas, alemanes alcohólicos y alimoches al alimón. ¿Cuál es la alternativa, cómo librar a Aletheia de estos cepos para lobos, cómo ahuyentar de la Verdad la amenaza de una democratización mal planteada del conocimiento, como la que abanderan las llamadas nuevas tecnologías? 


En vasco, Aitz es "piedra" o "peña" y, en multitud de lenguas, "Al" o "El" designa a Dios (en euskera, sin ir más lejos, "Ahal" es el poder). Al-aitz, semejante a la Alize vasca, resultaría pues la "piedra de Dios" (lo que los hebreos llaman "Beth-El" o "casa de Dios"). Del mismo modo, en Francia la palabra "aise" remite a gruta, según Louis Charpentier por antífrasis con respecto a lo anterior. "Al-aise" es por lo tanto la "cueva de Dios". Pero, ¿en qué lugar geográfico se encuentran esa piedra primigenia, esa casa celestial y esa cueva más profunda que todas las demás? ¿Dónde mora lo verdadero, dónde habita la divinidad? 

Pues en el norte de España hay una sierra llamada Sierra de Alaiz.  Y en Francia hay una comuna llamada Chaise-Dieu en la que algunos estudiosos ven la sombra del "aise-dieu", otros de una casa dei

¿Qué vía une la Chaise-Dieu con la sierra de Alaiz? El primitivo Camino de Santiago, propósito del equipo de redacción del Yugo para este septiembre. Pero es sólo un ejemplo. 

Y es que la única solución para liberarse del Yugo Eléctrico es tan simple como salir a que nos dé el aire, darse un garbeo, un voltio, peregrinar, deambular, callejear, pendonear y pindonguear, errar, extraviarse hasta encontrar un sitio en el que uno se sienta a gusto (à l'aise, en francés). Que las noticias no nos lleguen de ninguna parte (la utopía). Dejar de creer que el humor son los vídeos chorras, las noticias una línea editorial y el ser humano la piltrafa adicta al entretenimiento que reconocemos en familia y allegados. 

Al principio de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas (1865) de Lewis Carroll, la protagonista se encuentra con su hermana mayor sentada junto a un río. El río simboliza el fluir del mundo, la hermana el miedo a la realidad, enclaustrada entre las páginas de un libro en lugar de contemplar un bello paisaje. Alicia, vaticinando el sujeto contemporáneo, se aburre porque la ribera no la entretiene, pero tampoco le satisface la lectura de su hermana («y ¿de qué sirve un libro —se preguntaba Alicia— que no tiene diálogos ni dibujos?». No sabía que el futuro estaría dominado por un libro que sólo constaría de diálogos y dibujos, aquel que llaman "el Caralibro".) 

La realidad no es suficiente para ella, pero tampoco los sustitutos o suplementos artísticos o literarios. Hay que crear una realidad alternativa. Es entonces cuando se le aparece el Conejo Blanco, para dar el salto al mundo virtual. Allí Alicia/Aletheia/la Objetividad sufre incesantes atentados. Utiliza frascos, abanicos y pasteles que alteran su aspecto y dimensiones. Navega por la web (un sugerente mar de lágrimas) guiada por un ratón (hardware) y cuando llega a tierra firme se encuentra con bestias antropomorfas que nos recuerdan la lamentable animalización psíquica producida por la sobreexposición a las nuevas tecnologías. Entre ellos se cuentan un loro (copy-paste) o un dodo (ave antaño extinta, hoy revivida por los laboratorios que sintetizan los bulos de Internet)

Los equívocos, juegos de palabras, criaturas inexistentes (grifo, falsa tortuga, lacayo rana...) se siguen sin cesar. Lo banal, lo trivial, lo doméstico es amplificado hasta adquirir un peso inusitado, como en la escena del cachorro gigante. Por otro lado, las situaciones y emociones elevadas de la vida son parodiadas, ridiculizadas, esquematizadas (véase el Gato de Cheshire, primer emoticono del que se tiene noticia). Alicia llega al punto, sumergida en este barullo indecible, de olvidar quién es, de perder su humanidad, su individualidad, como refleja el encuentro con la Oruga Azul. Luego cuidará a un niño-cerdo y tomará el té con los compinches del Sombrerero Loco. El primero muestra lo que sucede tras la exposición a páginas eróticas en edades tempranas, los segundos representan un grupo de amigos de la era post-4chan. El Sombrerero es el cerebro, la Liebre de Marzo su mano derecha, el Lirón el tontito con el que se meten todos. Inmerso cada uno en su delirio solipsista, los convidados abundan en repeticiones cansinas, historietas y acertijos tontos y cargantes, se intercambian los sitios para hacer parecer que son más y cuentan el primer chiste de humor meme de la historia.  

Más tarde, Alicia jugará al croquet con la reina, codeándose con la crème de la crème: las nuevas tecnologías permiten creer que uno tiene una presencia pública semejante a la de los líderes de opinión, que su indignación tuitera llega a las masas, que enardecer un muro de feisbuc le garantiza un peso social que en realidad no existe. Los personajes de esa escena son figuras de la baraja francesa, del palo de los corazones. Las figuras de la baraja representan la jerarquización social, y los corazones indican la intención de satisfacción y consolación socioemocional (más que intelectual o espiritual) que se proponen las nuevas hegemonías. La niña, pese a estar jugando con vulgares cartas, representaciones, dibujos, cree tratar con la realeza, como tantos comentaristas incendiarios cuyos gritos de indignación se pierden entre millones de voces semejantes.

Finalmente, Alicia es mandada decapitar en el juicio de las tartas porque, en la obsesión por lo instantáneo que caracteriza a la sociedad actual, se decide aligerar el juicio y emitir la sentencia antes que el veredicto. La Verdad va a ser asesinada por el absurdo descontrolado, y reinará la Mentira para siempre. La manda ejecutar la propia Reina, lo cual nos sugiere que la aparente inocuidad de Internet no impide que responda a los intereses de las clases dominantes, que buscan mediante la adicción a las redes sociales la aniquilación vital, moral y espiritual de las futuras generaciones de asalariados. 

Pero la pequeña Aletheia, suertuda que es ella, se zafa de ese ensueño terrible, brotando para nosotros un rayo de esperanza. Consigue despertar porque le caen sobre el rostro hojas de un árbol. La naturaleza reclama lo que es suyo y ella, inconsciente del simbolismo cibernético de su historia, sale corriendo por los verdes prados ingleses a tomar un té vespertino, mientras la hermana mayor aparta su libro y cavila sobre las recientes aventuras de la pequeña. Pero tras fantasear y medio alucinar un rato acaba archivándolas ¡oh, sabiduría decimonónica!  como un síntoma de esa rara enfermedad -crónica o transitoria, según personas y épocas- llamada infancia. 





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