lunes, 10 de junio de 2013

Crónicas del festival de Cannes: La Danza de la Realidad, de Alejandro Jodorowsky


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Hay un tópico tan viejo como el cine que dice así:


“Esto va más allá del cine”


Con lo que se quiere dar a entender que el contenido del film en cuestión rebasa su naturaleza de documento audiovisual. 
Se ha oído en una gran disparidad de ocasiones, a propósito de Eisenstein, Flaherty, De Sica, Peckinpack, Loach, Vinterberg, Deodato, John Waters...

Este año tal vez no se oiga, y si se oye seguro que no es a propósito de La Danza de la Realidad, último film de Alejandro Jodorowsky.

Para quien no haya oído hablar de él, Jodorowsky es poeta, pintor, escultor,  autor de cuentos y de koans, guionista de comics, escenógrafo, mimo, compositor, marionetista, tarólogo, cofundador del surrealismo pánico, psicomago, ilustrador, actor, director y guionista de un corto y siete películas, chistólogo, dibujante, cabalista, terapeuta, autobiógrafo delirante, charlatán nato, restaurador del Tarot de Marsella, símbolo contracultural, amigo de platós, genealogista, chamán, novelista, místico, cachondo mental, judío neurótico, dramaturgo respetado, taumaturgo circense, discípulo zen, políglota a medias, lector del futuro en las líneas del ano, humanista, cosmopolita, viejo verde, adalid del pensamiento positivo, twittero octogenario, responsable del final de Akira, inventor, según él, del happening, el tarot telefónico y la noción de “troll” de internet y patriarca de una de las familias más estrambóticas de todo París, entre muchas otras cosas que de seguro he olvidado.

Enemigo del pronto y mal, hizo de todo y para todo se tomó su tiempo.Empezó a ser conocido en el underground internacional gracias a su cine, en la década de los setenta y cuando ya contaba cuarenta y pico. Fue estrella de la bande dessinée adulta a los cincuenta y terapeuta polémico a los sesenta, a raíz de la muerte de uno de sus hijos y el descubrimiento de que debía aplicar su estrafalario surrealismo a la sanación de otros, en lugar de a la satisfacción de su ego.

No le pesan sus ochenta y cuatro años a este chileno, que tiró todo lo que tenía por la borda de un barco rumbo a París no mucho después de la Segunda Guerra Mundial. No los aparenta. Su inagotable energía creativa, su contagioso optimismo, su obra iniciática y su enfermizo mundo de símbolos han provocado la rendición incondicional de personajes tan variopintos como Marilyn Manson, Dennis Hopper, Erich Fromm, Fernando Sánchez Dragó, Santiago Segura, Carlos Castaneda (?), Fernando Arrabal, Leonora Carrington, Peter Gabriel o un servidor y la enemistad de muchos más.

Aunque escribir sobre cine o literatura es una caja de Pandora que tarda en cerrarse, vengo a hablar de la última película del señor. El cine es, junto al cómic, la más conocida de sus facetas, y tiene fama de ser incomprensible, sangriento, obsceno y simbólico hasta en los créditos.
Le debemos la adaptación de una pieza de su camarada Arrabal, llamada Fando y Lis (1969), a la que siguió la primera  película de culto de la historia, el western psicodélico El Topo (1970), también la primera midnight movie. Parece ser que encandiló al cultureta de John Lennon y el director recibió de su compañía Apple un presupuesto millonario para filmar lo que le viniera en gana. El resultado de este guiño de la providencia es La Montaña Sagrada (1973), la producción más bizarra que se ha hecho, y reto a cualquiera a que demuestre lo contrario. Me haría un favor.

Luego vendría un proyecto más  industrial, el cuento infantil Tusk (1980), que ha desheredado, tachándolo de basura comercial, Santa Sangre (1989), notable thriller psicogenealógico con el patronazgo de Dario Argento, y un blockbuster fallido, El Ladrón del Arcoiris (1990), cuyo director definió como una batalla perdida contra los productores y el ego del actor Peter O’Toole y que tampoco admite como suya.

Pocos directores han tenido una influencia mayor con sólo tres películas (que son las que él considera libres de coerción) y es un triste recordatorio de que el cine sigue siendo un arte sin democratizar a estas alturas, hasta el punto de que uno de sus realizadores más personales tuvo que someterse al dictado de las producciones industriales para poder coger una cámara. Y, finalmente, dejarlo durante veintitrés años.

Fue el año pasado cuando Jodorowsky descubrió el crowdfunding y se le abrió, como por arte de magia, la oportunidad de hacer lo que llevaba tanto tiempo esperando. Abanderando la consigna de “mendicidad sagrada”, comenzó a solicitar fondos a sus fans para su próxima película, pero sólo le alcanzó para un 1% del presupuesto planeado. Con mucha astucia y usando ese dinero de anzuelo, fue convenciendo a sucesivos inversores hasta que consiguió lo que necesitaba. Al final de todo descubrieron que incluso sobraba dinero, y era la misma cantidad que sus fans habían puesto. Devolvió hasta el último céntimo, aun perdiendo dinero por comisiones, un acto de honradez con escasos precedentes en la breve historia de este método de financiación. Además regalará el futuro DVD a los que donaron más de cien dólares, que no fue mi caso.

La película se estrenó en el festival hermano de Cannes, la Quinzaine des Réalisateurs, primero en la ciudad de Cannes y luego en  una reprise en la capital, donde los parisinos tuvimos dos oportunidades de verla. Al mismo tiempo se presentó de un documental de Frank Pavich, Jodorowsky's Dune,  sobre su proyecto faraónico para adaptar el Dune de Frank Herbert, que iba a presentar a Pink Floyd, Tangerine Dream y Magma a cargo de la banda sonora , H.R. Giger y Moebius para los decorados y Gloria Swanson, Orson Welles y Salvador Dalí de protagonistas (el último de ellos sólo aceptó cuando se le propuso ser el actor mejor pagado de la historia). La que hubiera sido la película del siglo no fructificó, por temor o repulsa de las productoras a las pretensiones de Jodorowsky de elevar de una vez por todas el nivel de conciencia de la masa cinéfaga. Se convirtió en la película más influyente sin haberse rodado  (Lucas y Scott sin duda le echaron un ojo al script), aunque, no hay mal que por mal no venga, la adaptación de Dune acabara en manos de David Lynch.

La Danza de la Realidad está vagamente inspirada en las memorias con el mismo nombre que Jodorowsky publicó hace más de una década, que a su vez están vagamente inspiradas en su vida, particularmente su infancia. Poco sabemos de lo que sucedió realmente, aunque (y en esto coincidía su hermana) sus padres no fueron precisamente ejemplares. Jodorowsky en concreto dice haber vivido con el fantasma de la brutalidad y el materialismo de su padre, y de una madre pasiva y cobarde. De su hermana Raquel siempre habló poco, dicen que nunca volvió a verla, y en la película directamente no existe.

La atención se centra en su relación con los padres, especialmente su padre. Tanto lo ha escrito, hablado, sufrido y twitteado a lo largo de los años que ahora, con ochenta y pico sobre las espaldas, no se le ha ocurrido otra cosa que hacer una especie de exorcismo en cuatro partes: humanizar a su progenitor en una película para, al cambiar el curso de la historia que tuvo lugar, sanar en su corazón sus repercusiones. Esto es, un acto psicomágico de proporciones mayores.

La “psicomagia”, hay que precisarlo, es una polémica terapia inventada y desarrollada por Jodorowsky que consiste en realizar actos poéticos y metafóricos que envíen un mensaje encriptado al subconsciente, pues este sólo comprende las metáforas, para sanar toda clase de problemas psicológicos. En parte es una revisión del psicoanálisis, pero rechaza la idea de que uno se cura comprendiendo racionalmente su problema y de que hacen falta años y años de terapia para llegar a alguna conclusión.

Unos lo consideran el timo de la estampita, otros una forma de placebo avanzada, otros la socarronería de un viejo senil y, los que más, una forma bonita, pese a todo, de introducir imágenes bellas en las vidas de la gente. El hecho de que no sea tan criticado como otros métodos de tufo parecido tiene mucho que ver con el prestigio de su autor en el mundo de la cultura, donde todavía está presente ese viejo principio (del cual Jodorowsky es un firme abanderado) de que el arte se acerca más a la verdad que la ciencia y que la psique y la poesía unidas son invencibles.

Pero hay por dónde criticarlo: pese a toda la cháchara sobre el inconsciente, el aspecto placebo es evidente en muchas ocasiones,  por otro lado, cuanto más difícil es un problema más difícil de realizar es el acto, y recomendar para los problemas más serios un tratamiento casi imposible de efectuar puede verse como una forma hipócrita de cubrirse las espaldas, por último, Jodorowsky se ha saltado innumerables veces el código ético inicial y además se dedica a dar talleres por medio mundo como hacen todos los farsantes de su siglo.

En su defensa sólo podemos decir una cosa: el secreto de la psicomagia no se queda en esos talleres. Todos los días receta por twitter numerosos actos, afirma no haber cobrado nunca por ninguno, comparte de cuando en cuando enlaces, siguiendo la veda abierta por Coelho, al escaneado de sus libros sobre el tema (con respecto a la película, por cierto, ha prometido subirla gratis en cuanto se recupere la inversión) y una vez a la semana tenía la costumbre de dedicar una tarde a echar el tarot y dar consejos en un café de París sin pedir nada a cambio (para mi más honda desgracia, no este año). 
Los que quieren salvar al artista talentoso que fue y negar los delirios terapéuticos que son pasan por alto que muchos de los consejos que receta los puso en práctica en etapas anteriores de su vida y sobre todo de que su arte, desde edades muy tempranas, está nutrido de psicomagia bajo diversos nombres: happenings, pantomima, actos surrealistas, "efímeros" pánicos, escándalos poéticos, metateatro y lo que nos interesa, cine ritual y catártico en todos los sentidos del término.

La otra teoría polémica de nuestro prohombre es la psicogenealogía, que viene a afirmar que nuestros problemas tienen su origen en traumas recurrentes de nuestro árbol genealógico, los conozcamos o no, y que los destinos familiares se repiten a lo largo  y ancho de las generaciones. Dado que es un tipo que nunca ha vuelto a ver a su propia familia desde -se supone- 1953, la prédica con el ejemplo no viene al parecer incluida en el menú. No obstante, él defiende que es la decisión más sabia ante familias tóxicas y, de cualquier modo, debido al gran peso que tuvo la desgraciada infancia en su vida, resulta creíble que haya generalizado lo que a él  (y a millones) se le ha venido encima.

Últimamente es esta faceta "terapéutica" la que ocupa la mayor parte del tiempo de este timador sagrado que reconoce abiertamente que todo gurú no es sino eso, un charlatán que te hace tomar conciencia de que tú eres tu propio maestro, pero que parece sentirse cómodo en su aura mesiánica, rodeándose de fieles y formando toda una generación de "arbolistas". Esta deliciosa ambigüedad tiene sus raíces en la intención de convertir su senectud en un acto psicomágico en el cual, gracias a convertirse en sanador, se sana a sí mismo. En este terreno de las metáforas sin fondo y los conflictos genealógicos se enmarca  la Danza de la Realidad.

Jodo, que le dicen los amigos (yo le bauticé personalmente con su nombre español, el transpersonal "Jodemos"), ha puesto, siempre que ha podido, a miembros de su familia (cuando no a sí mismo) como protagonistas de sus películas. Aquí roza ya el paroxismo: Jaime Jodorowsky, el padre de Alejandro, es interpretado por su nieto Brontis, hijo de Alejandro, del mismo modo que un teósofo es interpretado por su hijo curandero, Cristóbal, y un tipo con pinta de Lennon por su hijo músico, Adán, que también se encarga de la banda sonora. En determinada escena, uno de los hijos de Jodorowsky se suicida, precisamente aquel cuya vida consiste en crear y destruir personajes. Como guinda del pastel, el Jodorowsky anciano aparece de cuando en cuando para animar a su yo niño en momentos de crisis o para explicar (o emborronar) detalles.




Ya desde el principio la película se muestra esquiva con quien no viene con la lección aprendida. Todo está orientado a la sanación. Por ejemplo, su madre en lugar de hablar canta en clave de ópera, elemento grotesco que hace reír al auditorio, ignorante quizá de que la madre real tuvo por sueño abortado dedicarse a la ópera, siendo esa representación una forma de consumar simbólicamente su deseo. Si ya el resto de su obra fílmica requiere de conocimientos básicos de cábala, tarot, Gurdjieff, zen, sufismo, surrealismo o misticismo cristiano para captar muchas referencias, aquí es necesario conocer bien la vida de su director (así como el resto de su filmografía, hacia la que abundan las indirectas) para sacarle todo el jugo. No se puede esperar menos: el objetivo declarado al emprenderla es “perder dinero”.  Y aun conociendo bien la historia, uno se quedará siempre con la sensación de que la trama, cuya primera hora es hipnótica e incluye elementos extraños a su cine previo como momentos emotivos, efectos especiales decentes o un  “ningún animal ha sido dañado en la realización de esta película”, se echa a perder en una subtrama donde asociaciones, vivencias, símbolos, rencores y caprichos se entrelazan sin remedio.

El lego en la materia, pues, puede pensar al verla (a partir del próximo septiembre) que se encuentra ante otra glorificación de la potestad de un director para sólo entenderse él y puede que no vea la abismal diferencia con moennos monopolistas de la interpretación como Carrax o Malick . Incluso un humilde servidor, que ha leído la Danza de la Realidad originaria, junto con la mayor parte de lo que ha escrito Jodorowsky de lo genial a lo infumable,  reconoce sus límites en este juego del recuerdo desfigurado hasta el imposible evidente.

Usted debería empezar con El Topo, si quiere adentrarse en la filmografía de este insondable monumento a la creatividad humana, pero si tiene esa manía tan extendida de consumir la cultura de su tiempo no lo dude: merece la pena ir a ver un acto mayor de curación intergeneracional, aunque parezca más pelma que esas maravillosas historietas cuyo director olvidará a los dos meses, nosotros a los dos días.

De momento, aquí está el bello tráiler.   







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