sábado, 18 de mayo de 2013

Torneos locales



"En el ajedrez hay dos tipos de jugadores: los buenos y los duros. Yo soy de los duros."
(Bobby Fischer, campeón mundial de ajedrez 1972-1975)




Hay otro tipo más de jugador, querido Bobby. Hay un tipo de jugador que no es ni bueno, ni duro, pero resulta más peligroso que ambos. Es el torpe pero insistente, cobarde pero tenaz, bobo pero malintencionado, aquel que desde la apertura comienza a enfocar todos sus recursos hacia un jaque temprano, y luego otro, y luego otro, sin nunca comenzar a preparar el mate, tal vez porque nunca aprendió a hacerlo. ¿Por qué juega? Por chinchar, dicho pronto y mal.

Y luego, tras la correspondiente derrota -o unas tablas a lo sumo- quieren otra partida, y luego otra, y luego otra, para hacer lo mismo. Siempre lo mismo. Son individuos que disfrutan molestando, que experimentan un retorcido gustirrinín en la agresividad simbólica, aunque siempre acaben perdiendo por puro malos. 

Se burlan de ti si hay presentes, te distraen con caras bobas, te dan el coñazo de mil y una maneras y, para colmo, propinan pataditas  por debajo de la mesa. Todo sea por hacer de la partida un show entretenido, un partido de furbito con rodilleras con pinchos.

 Si el Rey acosado, figura central del juego, fuera un político, ¿quién sería el confundido jugador que lo maneja, aquel al que no paran de tortear mientras atacan a sus principales fichas? No puede ser otra cosa que la montura de ese Rey, la Ciudad.

Así las cosas, demos gracias a Dios de que en el ajedrez no se apuesten jugadores.


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