domingo, 19 de mayo de 2013

La verdad sobre el Minotauro




Contempla la imagen arriba expuesta. ¿Te suena de algo?

Es un busto griego conservado en el museo del Louvre de París, titulado "Le Minotaure".

No sé cómo han llegado a ese título (desde luego no sólo con mirarlo), pero todos conocemos otros minotauros que también requieren un pequeño esfuerzo de imaginación. A uno de ellos Wikipedia lo define directamente como "irreconocible"[1].

Y no, no tengo opinión sobre la metarreferencialidad del señor Víctor Ochoa Sierra hacia el mundo clásico. Es un gran escultor y lo admiro, sobre todo, para qué negarlo, por esa visión tan personal del cautivo de Dédalo. Es de los pocos tallistas que, sin comerlo ni beberlo, han conseguido esculpir (o más bien vaciar) una pieza que supera en realidad a la carne viva, que se ha vuelto esencia atemporal del pintoresquismo, símbolo marcado con hierro en nuestro impresionable rebaño. Una figura gargantuesca con grandes piernas que se hincan como raíces en la tierra de la que brota. 

Un proyecto tan faraónico como este (el bronce más alto de España) debe tener una razón de ser de peso. No debemos olvidar que está ubicado para ser justo lo primero que vean los viajeros que lleguen en tren o autobús a la ciudad. Muchos dicen que representa a la criatura en el momento de su derrota a manos de Teseo, pero yo me resisto a esta interpretación. Si no me hubieran dicho que estaba "cayéndose", nunca habría dejado de verlo como un cuerpo avanzando a toda costa, a marchas forzadas, inclinado hacia adelante en su fatigoso periplo.

Claro que si no me hubieran dicho que es un minotauro, pues tampoco. Así pues, me permito el beneficio de la duda.

Para empezar, siempre me ha parecido que la escultura, en su marcha contra viento y marea, busca simbolizar algo que se ha mantenido constante a lo largo de buena parte de nuestra historia. Una idiosincrasia que ha resistido los golpes y los derribos. Algo que ha sobrevivido a la ruina de los edificios, al ir y venir de las gentes, a los Osborne, a los Domecq. Un pozo de oro que subyace bajo la piel (cada vez menos) frenética de la ciudad.

Y no soy el único. Otros, cuando el Xerez CD ascendió a primera, bien que se preocuparon de engalanarlo (esto para el que no recuerde el episodio), como quien homenajea al patriarca, como quien ayuda a un ancestro venerable a emperifollarse para una ocasión especial. Podían haber escogido algún monumento de asociación más fácil con la imagen de Jerez. Sin embargo, por alguna rara razón, optaron por el "irreconocible". Pero, ¿es irreconocible de verdad? ¿No se puede descubrir si representa a algo o a alguien sin tener que recurrir a su título y explicación oficial?

El problema para identificarlo radica en que no tiene rostro, por lo que, admitámoslo,  nunca se sabrá quién fue realmente el tipo. Según se dice, incluye por algún lado un pequeño trampantojo  en forma de cara equina si se mira desde determinado ángulo; y hay tipos muy ociosos que dicen haber descubierto varias más a lo largo y ancho de su heroica desnudez, durante largas horas de contemplación extasiada. También cuenta la leyenda que arriba del todo existe una cabeza reducida, una bolita en el centro de un cuello anchísimo, y que tiene cuernos. Parece que nos cuesta aceptar que nuestra escultura preferida carezca de cabeza, por más que estemos acostumbrados a ver bustos grecorromanos mutilados desde hace dos mil años. Reflexionando sobre este peculiar sentimiento, algo me inquietó: ¿y si hubo algún problema con la cabeza? ¿Y si originalmente estaba diseñado para ser una estatua normal, pero algo impidió su realización? 

Eso explicaría por qué la gente se percata, aunque sea inconscientemente, de ciertas formas que no se remataron, ciertas líneas que piden una conclusión, y por eso no puede evitar imaginar la terminación de su querido ángel de la guardia, de la figura benévola que protege la villa desde las alturas.
¿Cuál fue la razón de que quedara inconcluso un proyecto que no se andaba con chiquitas? ¿Se debía a la falta de fondos para "capitarlo"? Parece dudoso, pues seguro que habrían sacrificado un par de rotondas de buen grado con tal de finiquitar la madre de todas ellas. ¿Tendría que ver con la naturaleza de lo representado? Pero, vamos a ver, ¿qué puede tener una mollera para que plasmarla suponga un problema?

Entonces se encendió la bombillita. 

¿Conocía a alguna cabeza que requiriera tanto bronce como para hacer del ampuloso proyecto un fracaso económico seguro? ¿Explicaría eso el paternalismo que emana de nuestros corazones hacia la construcción bienquista? ¿La sensación salvaje de pertenencia que despierta hasta en el pecho más ingrato?

Desde ese día, cada vez que paso por su vera, me quito el sombrero por los dos.








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