miércoles, 24 de abril de 2013

Razones en la sinrazón, III






 Logo del Ministerio de Agricultura Nazi, en el que se incluye el famoso slogan “Blut und Boden” (sangre y suelo)


El nazi mira el mundo en el que vive y ve un páramo , un infierno gris de fábricas, gritos y suburbios, frente al verdor de los bosques y los granjeros, de los valores de la tierra y la pequeña comunidad espiritual de campesinos. Su búsqueda romántica es la de un mundo sencillo que probablemente no existió nunca, y el amor a una imagen de la patria que sólo está en su espejismo. Este amor a la tierra se ve reflejado en una gran preocupación ecologista. Desde el mismo año de su llegada al poder, los nazis instauraron el más amplio conjunto de leyes de respeto y conservación de la vida animal hasta el momento en la historia, incluyendo, verbigracia, la prohibición de las formas más hirientes de herrar a un caballo o cocinar una langosta. Jerarcas de la talla de Hitler, Himmler, Hess o Goebbels se impusieron un cierto vegetarianismo, y, Göring, como primer ministro de Prusia, amenazó a cualquiera que maltratara a los animales con ser enviado a un campo de concentración, y deportó, al parecer, a un pescador por cortar una rana viva para cebo.

El maltrato de los animales por parte de los judíos se veía ejemplificado en la importancia de la carne en su dieta y en el ritual de la shejitá, en el que se asesinaba ritualmente a los animales, aunque de forma poco cruenta, para que fueran aptos espiritualmente para el consumo (kosher). Del mismo modo, los judíos se consideraban en lo alto de la pirámide de esa ciencia descontrolada, absurda, irrespetuosa hacia la vida, que los nazis querían erradicar, y que tenía un símbolo muy poderoso en la vivisección, la cual prohibieron terminantemente (sustituyéndola en la práctica con la experimentación con seres humanos “inferiores”, sobre mencionarlo). La indudable superioridad intelectual que han demostrado desde tiempos inmemoriales los hebreos no resulta, pues, una objeción a su odio, ni les resultaría una sorpresa que, a día de hoy, por ejemplo, ese 0,2 % de la población mundial haya obtenido el 41 % de los premios Nobel de economía[1], el 26% de Física y el 27% de Medicina y psiquiatría. El fascista no aspira a esa clase de inteligencia que ve corrupta, a esa brillantez degenerada, y hace alarde de valores anti-cosmopolitas, de cerrazón intelectual, propaganda y eslogan vacuo y de entregarse y preocuparse sólo, de una forma casi obsesiva, del bienestar y la salud de su comunidad de “puros” (no olvidemos, por ejemplo, que los Nazis fueron los primeros que se tomaron el  bienestar de su pueblo tan en serio como para inventar cosas tan paternalistas para entonces como la primera legislación anti-tabaco de la historia).

El fascismo busca restaurar un Imperio que fije la geografía y pare el movimiento histórico (como pretenden a su manera la mayoría de imperios). Y creían que restaurar el dominio pretérito sólo era un objetivo realista mediante la conquista de todos los territorios en los que habitaran sus integrantes de sangre (que podían no estar encarcelados en un país), o bien la conquista de los pueblos esencialmente inferiores que no tenían derecho a la soberanía. Compartiendo el atroz militarismo y las ínfulas de expansionismo, de recuperar imperios perdidos y saldar deudas históricas, el nazismo, en este aspecto, era más realista que otras formas de fascismo, pues tenía claro qué posición debían de desempeñar los pueblos conquistados, en su gradación de lo humano hacia lo subhumano (Untermensch), en donde el judío estaba en lo más bajo del reino animal, junto a la rata (y superado con creces por el águila, el lobo o el cerdo, por ejemplo, todos ellos animales “nobles”). Tan pronto como el 19 de Mayo de 1943, Alemania era declarada “limpia de judíos” (judenrein), ya que la mayor parte de ellos habían sido apartados de la vida pública o deportados a territorios conquistados y Estados títeres, y allí  donde colocaran su bandera imperialista comenzaban ipso facto, con una celeridad y una prioridad inconcebibles dada la urgente situación de guerra, su política racial, cuyo resultado es por todos sabido (menos por Dios, al parecer).

Dentro de esta política se persiguieron en todos los frentes a otros colectivos de seres considerados inferiores, como los gitanos (otra etnia cosmopolita, desarraigada y errante), los homosexuales o la oposición de izquierda (ambos considerados fruto de los vicios de la sociedad contemporánea) y  credos religiosos como los Testigos de Jehová o los masones. En principio, estos credos guardan poco que ver con el ocultismo pagano, de influencia nórdica y racista que estaba de moda entre los gerifaltes nazis. Recordemos que los principios de la masonería son precisamente “Igualdad, Libertad y Fraternidad”, y que uno de sus fines es “el desarrollo espiritual” de la humanidad, y comprenderemos más claramente el por qué.   

¿Recordamos a cierto dictador también obsesionado con los masones? Creo que desde esta luz es inevitable entrever la genuina y refutada en ocasiones simpatía de Franco hacia una cosmovisión fascista, con todas las letras, pese a que ya se sabe que en lo  ideológico no era tan brillante como en lo militar y que, en la práctica, su régimen tuviera muchas particularidades que lo diferencian del otro fascismo europeo, debidas en gran parte a haberse prolongado en el tiempo cuando ya en Europa la era de sus ideas era pretérita y aborrecida.

Su férreo nacionalismo se encuadra en una legitimación emanada del “pueblo español” (aunque necesitó una guerra para que se diera cuenta) hasta el punto de oírlo afirmar no meterse en política, y vemos en los tópicos constantes de su discurso hacer oposición la misma serie de asociaciones dañinas para este pueblo hasta el final de sus días. Si el “dime a quien te enfrentas y te diré quién eres” lleva en política algo de razón, es un detalle muy revelador aquel que ejemplifica, como muchas otras, la siguiente frase de su última aparición pública el 1 de Octubre de 1975

“Todo lo que en España y Europa se ha armao obedece a una conspiración masónico-izquierdista, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece" [2]

Pero volvamos a la cuestión judía, que a Franco no debía preocuparle mucho pues su país fue históricamente pionero y exitoso en la historia de su deportación (aunque no se sustrajera a fomentar el antisemitismo bajo el pseudónimo de Jakim Boor en el diario falangista Arriba). Es digno de señalar, para finalizar, el antisemitismo de otro subversivo terrorista con mucho miedo al terrorismo: Stalin. No es el único ejemplo en un gobierno socialista (mírese la Polonia de Moczar), pero sí el más paradigmático. Si bien esta ideología no era en ningún modo una pauta estatal oficial,  sino más bien una emborronada tendencia personal, llegó a plasmarse en políticas oficiales. No queda claro si la idea de complot sionista era afín al marcado gusto por la paranoia de Uncle Joe, o si su abierto desprecio hacia los judíos –público ya desde tiempos de Lenin- era sólo una fobia adquirida sin raciocinio. En todo caso se potenció con los años, al ritmo de su temor inagotable a las conjuras, y, sobre todo, tras juzgar al Estado de Israel como lacayo de las políticas de EEUU, nación a la que los judíos estaban perpetuamente agradecidos, pues en ella habían podido, en sus propias palabras, “hacerse ricos y burgueses”. Ya en 1907 distinguía una “facción” judía de intereses capitalistas entre los bolcheviques. Esta sospecha culminó en 1953, año de su muerte (dañina y abundante es la senilidad en el poder), cuando fabricó la conspiración del Complot de los Médicos, según la cual médicos judíos pretenderían asesinar con tratamientos traidores a altos cargos del Partido. Los procesos se interrumpieron a su deceso y se reveló que eran una farsa.

Según George Steiner, cuya teoría sobre la psicología religiosa del Holocausto merece mi mayor recomendación (pese a que discrepo de ella en este punto pues creo posible una explicación más sencilla) este resentimiento se debe a que el judaísmo recuerda la utopía asesinada a los que la asesinaron. Y esa utopía enferma, que tilda todo lo que no escapa a su estrecha comprensión totalitaria de “burgués” o “enemigo del pueblo”, se ceba entonces en el culpable, su propio origen primordial, y lo cataloga con las mismas categorías disparatadas, incapaz ya de escapar a su penoso círculo vicioso. Como si el diablo hubiera olvidado que Dios existe, y ya hiciera lo que antes era el Mal sin luz, como un autómata. Y esta clase de Mal automático es, al fin y al cabo, exactamente lo que los alemanes querían producir en todas las generaciones futuras del planeta.

No obstante todo ello, esta característica que comparten el nacional-socialismo y el “socialismo en un solo país” (la cercanía nominal no es arbitraria, pero eso lo dejaremos para otro momento, cuando analicemos una joya infravalorada llamada nacional-bolchevismo) significaría al mismo tiempo su diferencia radical, pues equivalerlos por ello supone caer en una pobre comprensión del principio que los mueve. No deja de ser indicativo, pese a todo, que el exceso de utopía y su defecto compartan en su momento cumbre de la Historia una de sus múltiples fobias. 



[1] http://www.jinfo.org/Nobels_Medicine.html  http://www.jinfo.org/Nobels_Physics.html http://www.jinfo.org/Nobels_Economics.html

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