domingo, 28 de abril de 2013

Neocontinuismo



 Hablemos del neoliberal casposo, abundante como las liendres. Al menos, lo es entre sus líderes y el Fondo Norte(americano) de su afición. Aparte del hecho de nacer de familias con algo que llevarse a la boca, encontramos que, de la Thatcher a Gary Johnson, de Jiménez Losantos al manido Mariano, los que meten o aplauden un tijeretazo lo hacen con una conciencia tranquila en común: creen que hay un nota en las nubes sin nada mejor que hacer que espiar y darles azotes en el culete. Esto es, son peligrosos, quiero decir, religiosos. Apurando más, cristianoides. Ojo, esto no quiere decir que busquen, como otros, que su credo se imponga sobre la sociedad, y menos mal, pero sí explica las simpatías con el Fondo Sud de ese maremágnum mediterráneo que en nuestro país llamamos la(s) “derecha”.
Muchas de las raíces del voluntarismo que proponen para sustituir la coacción estatal, definida según principios ingeniados por un defensor del absolutismo llamado Hobbes, están más calcados del modelo misionero cristiano que del asociacionismo de espíritu ácratico, aunque eso de superponer en la misma frase “cristiano” y “voluntario” sea un insulto a la memoria de unas pocas señoras con escoba.

Aparentemente las mentes de estos tipos, como cualquier mente piadosa y por ende en la coyuntura de conciliar lo irreconciliable, tienen una potencia que ni el cacharro de Bruselas, pues son capaces de creer al mismo tiempo que los sistemas coercitivos menores son intolerables y los sistemas coercitivos mayores son molones. Me explico, un sistema de impuestos transversalmente electo es, para algunos antidemócratas, algo moralmente denostable de por sí hasta el punto de ser legítimo saltárselo a la torera si se presta la oportunidad. Se lo considera despreciable porque, dicen, si uno hace uso de la libertad de poseer el fruto de su esfuerzo (medido en hectolitros de sudor ajeno) bien podría no querer pagar su gravamen, y si no lo paga, como va en contra de las leyes vigentes, puede ser sancionado. Sin embargo, y aunque sea poco liberal eso de ir juzgando la consistencia de las ideas del otro, tenemos que reconocer lo disparatado de creer al mismo tiempo que si no se sigue el credo moral del barbudo celeste te pudrirás en el infierno eternamente. La multa por evasión fiscal tiene unas repercusiones mínimas en comparación con la amenaza estar bullendo en una caldera de chef paticabril para siempre jamás, sin embargo ellos, vaya a saber por qué, abrazan este segundo tipo de coerción. Yo puestos a elegir siempre me quedo con lo extravagante, pero no dejo salir mis ganas de parranda tan fácilmente. Sólo un decir.

Puede objetarse que de cualquier modo es algo que sólo les afecta a ellos, y deberíamos, respetando su propio credo, no tratar de intervenir en la necedad y la miseria de los individuos amundistas y atomizados y dejar de reponer las bombillas de los coles, si no fuera porque toda consideración religiosa implica una consideración sobre el prójimo. Así, si son estrictos con su ideario, estos individuos no sólo considerarán que ellos deben de ser buenos porque si no se quedan sin postre, sino que todos los que no sean buenos no repetirán postre a la postre, como estoy repitiendo yo hasta lo cansino: postre. Y ese arroz con (mala) leche nos incluye a ti y a mí, querido lector. Si da la casualidad de que nos cría una familia no practicante y no podemos desarrollar en condiciones óptimas esa pizquita de esquizofrenia que tan bien sienta o simplemente hemos nacido fuera de Europa bajo el Yugo Analógico de otras confesiones, acabaremos en los avernos porque así lo dicta el etnocentrismo de la fase más primitiva de la conciencia humana.

Gracias a haber puntualizado esto comprendemos ahora mejor en qué consiste el “voluntarismo” del liberal cristiano. Consiste en un “no hace falta tener un Estado para que haga el bien por nosotros, porque si alguien no lo hace ya será él castigado eternamente por entes con la misma consistencia ontológica que Winnie the Pooh”.  En manos de Walt Disney también están las mentes y el destino de millones de personas, la gran diferencia es que él sólo estaba fingiendo  que sus creaciones tenían alguna gracia. Aquí los abrideros de boca son en tres dimensiones.

Algo parecido sucede cuando el buen samaritano en cuestión no es religioso sino sólo fuertemente moral, un muchacho brutote pero de buen corazón. La moral es el origen innegable de la política pero de forma tan brusca y directa como la mayor parte de la peña las enlaza en sus corazoncitos  es también su féretro, y un féretro muy retro. En cualquiera de los casos, si alguien consiguiera explicarles el mito del alma tendrían que ser muy, muy desalmados, precisamente, como para no horrorizarse por echar tanta a gente a la miseria sin paraísos ni infiernos que vengan aquí a poner orden, hablando en plata de Navajita Plateá: pa na. Desde aquí, un besito a mi mamá, no dudamos que lo fueran.

Pero los hay menos puritanos. Los hay que defienden esta ideología porque así creen legitimada la mejor posición de salida al mercado laboral que tienen con respecto un etíope, aunque ellos prefieren decir que es porque tienen valores, en concreto,  una libertad cuya única amenaza es la violencia física. Están permitidos el acoso laboral, la infracualificación, los desfiles del Ku Klux Klan por el Bronx, la plusvalía -pero sólo algunas minusvalías-, la bendita explotación y, en general, todo lo que sólo sea denunciado por dominios vagos como la psicología individual y de masas y, por supuesto, la sociología, enemigo de los zoquetes thatcheristas de ayer y hoy. Es un antipsicologismo tan fuerte como el de sus socios militaristas y una reducción, “cree el ladrón”, del amplio espectro de acción humanas a cuatro fuentes, yo, mí, me y conmigo, y la última está siendo procesada por malversación de fondos. Se adorna en la mala comprensión de la noción de "ley biológica" aplicada al darwinismo,  obviando la tendencia en los mamíferos superiores de especies semejantes a la colaboración en un tejido social cada vez más complejo. Pero claro, no vamos a negarlo, entre especies distintas sí se compite, lo cual demuestra que el Superhombre ni abuela precisa.

¿Qué sucede cuándo se ama tanto a esa estatua neoyorkina que Kafka describió sosteniendo una espada sangrienta? Pues eso, se está dispuesto a matar, que no morir, por ella (y matar de hambre, of course). Uno se saca de la chistera (de burgués) conceptos como el de la “tiranía de la mayoría”, apuntado por el siempre agudo Tocqueville, o, ya, rizando el rizo, dicen directamente que si el pueblo decide ir en contra, vivan las caenas, eso estaría mal. Por mis cataplines que sí. 

Entonces en lugar de espíritus abrazables como Dragó o Escohotado tenemos el ceño fruncido del progre militante. La conspiranoia del estalinista estatitista estalagmitista. Todos iguales. Y es que así, amigos, son los tíos que nos gobiernan, ya sean de izquierdas, de derechas, mcquiavélicos o bobolivarianos: tíos sin salero. Nada peor que decir chorradas y que nadie se ría.

No se engañen, vivimos en el mejor de los mundos posibles. No se engañen, ninguno está en lo cierto, sólo somos un puñado de bestias implumes cuyas vidas son guiadas por instintos, prejuicios y rencillas que buscamos legitimar de forma patética y mediocre. Y nada más. No tenemos dignidad ninguna. No merecemos dignidad ninguna. Por no merecer, no merecemos ni ser felices. Usted no es especial. Ya sea Mozart, Obama o Jim Carrey, el mundo se las podía haber arreglado muy bien sin su presencia. Lo hará, no lo dude. No olvide cerrar la puerta al salir, o la sangre salpicará el jardín. Como diría cierto sabio, gut bai. Si yu sún. Ai Lob Yu.

 

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