martes, 30 de abril de 2013

El mejor oyente es el que no sabe que tiene orejas


El maestro Dragó reveló en su momento, no recuerdo dónde pues me es difícil llevar un seguimiento de mi propio seguimiento, que él nunca escuchaba música. Que, ya caminara por la calle o estuviera en su casa, nunca había nada que rompiera, que destruyera el silencio en el que se recogían sus interiores. Si yo hubiera podido escindir mi vida en dos o, mejor dicho, multiplicarla, porque escindirla aún puedo -que no he llegado aún a su ecuador- dedicaría una íntegramente a la música y otra íntegramente al silencio. Pero esta única y humilde existencia mía se acerca más al primero de los términos, al del barullo constante, la inmersión en los océanos de la melodía ininterrumpida, diaria, rutinaria, y, es más, creo que si no se está en ese estado de contacto, de embriaguez casi mareante, no se puede construir nada con las propias manos. Pero me gustaría también dedicar una vida al silencio porque creo que ahí es donde se puede encontrar una leve elevación del nivel de conciencia, de donde se puede aprender algo.

La música tiene un componente lírico, pero del estrictamente musical no se puede extraer nada. El espacio que abre es plenamente externo, no evoca nada, nada retrotrae, nada conmueve en nuestro ser real. Nos lleva como al joven Lovecraft lo llevaban en sueños las alimañas sin rostro, cual Discovery 1 a punto de acercarse al misterio elemental, nos conduce a terrenos de los cuales nada podemos extraer, cruzamos pasajes completamente desconocidos, desligados de nuestra actual comprensión del mundo, y luego volvemos sin poder pronunciar una sílaba de lo visto… que no sea entonada. Nada que ver con la meditación, la introspección, el palpitar de corazones que teorizara Cage cuando componía silencios. Nada de crecimiento, nada de mejora personal, nada que no opere sobre emociones momentáneas ante las cuales nos encontraremos sustraídos o no en función de nuestro vulgar contexto cultural. Nada a largo plazo. Ninguna verdad. Y, cuando nos conmueve, cuando más nos gusta, suele ser cuando no está elaborada, cuando no reluce intelectualmente como un sol, cuando no es un constructo complicado, cuando no se aleja de los cánones, cuando consiste en los cuatro eternos acordes cuya progresión matemática no deja espacio a la indiferencia, y que podrían resumirse mejor en dos, o incluso (y esta clase de música nos hace entrar en una relajación casi animal), uno pero con leves matices, o una serie de octavas que titilan en la noche, un zumbido fuerte pero inaudible y, cuando por fin nos sentimos relajados y empezamos a respirar un aire frío y puro, silencio, grillos, silencio.

1 comentario:

  1. El silencio es el muro que rodea a la sabiduría. (Refrán Árabe)

    Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. (Ernest Hemingway)

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