lunes, 8 de abril de 2013

Diario de un cura rural: Bárbara, de Jacques Prévert


Vamos a hablar hoy de un poema clásico que ha dado la vuelta al mundo, considerado una de las joyas de la lírica francesa. Apareció en 1946 en el libro Paroles (Palabras) de Jaques Prévert, de lectura obligada en las escuelas y cursos de lengua del Hexágono, que es como llaman a esto según una libre interpretación del dibujo que esbozan sus fronteras. Fue el primer libro de lírica con el que me atreví tras llegar al país, buscando en su interior piezas parecidas a esta1.

Aquí os lo presento. El original se puede localizar en este enlace.


Acuérdate, Bárbara
Llovía sin cesar en Brest ese día
Y tú andabas sonriente
Risueña radiante empapada
Bajo la lluvia
Acuérdate, Bárbara
Llovía sin cesar en Brest
Y yo me crucé contigo en la calle de Siam
Tú sonreías
Y yo sonreía igualmente
Acuérdate, Bárbara
Tú a quien yo no conocía
Tú que no me conocías
Acuérdate
Acuérdate a pesar de todo de ese día
No olvides
Un hombre se refugiaba bajo un portal
Y gritó tu nombre
Bárbara
Y tú corriste hacia él bajo la lluvia
Risueña radiante empapada
Y te lanzaste a sus brazos
Acuérdate de eso, Bárbara
Y no te molestes si te tuteo
Digo tú a todos aquellos a los que amo
Incluso si sólo los he visto una vez
Digo tú a todos aquellos que se aman
Incluso si no los conozco
Acuérdate, Bárbara
No olvides
Esta lluvia serena y feliz
Sobre tu rostro feliz
Sobre esta ciudad feliz
Esta lluvia sobre el mar
Sobre el arsenal
Sobre el barco de Ouessant
Oh, Bárbara
Qué estupidez la guerra
En qué te has convertido ahora
Bajo esta lluvia de hierro
De fuego de acero de sangre
Y aquel que te estrechaba entre sus brazos
¿Ha muerto, desaparecido o sigue vivo?
Oh, Bárbara
Llueve sin cesar sobre Brest
Como llovía antes
Pero ya no es parecido y todo se ha estropeado
Es una lluvia de duelo terrible y desolada
Ni siquiera es una tormenta
De hierro de acero de sangre
Simplemente nubes
Que mueren como perros
Perros que desaparecen
Siguiendo la corriente de Brest
Y van a pudrirse a lo lejos
A lo lejos, muy lejos de Brest
Del que no queda nada.
(Jacques Prévert)



La poesía de Prévert hace gala de un lenguaje bastante coloquial, sin grandes aspiraciones. Por ejemplo,  “crèver” es una forma familiar de decir “morir”, literalmente significa “reventar”. La traducción es propia, y se ha optado por “morir” porque “reventar” suena inusitado, y  “palmarla” tiene un deje cómico que no encaja, aunque se aceptan sugerencias. Se trata de una poesía de imágenes más que de conceptos, y por momentos se aproxima a la lírica surrealista de Aragon o Éluard.

Gran parte del éxito de este poema en cuestión consiste en que presenta una escena que encaja dentro de la cosmovisión idiosincrática del francés de libro, o una de ellas. Para decirlo con claridad, la primera impresión puede ser la de un poema romántico-nostálgico. El poeta se dirige a una chica que vio momentáneamente, y con la que nunca habló, se dirige a ella –en el idioma ideal para hablar a las chicas- muchos años después, cuando la vida ha dado muchas vueltas, porque parece que ella causó una honda impresión en su vulnerable alma. Se incide en lo súbito del instante, fruto de la casualidad, una de esas fotografías que se quedan grabadas en la memoria independientemente de que pensemos que fue algo trascendental o insignificante, una de esas situaciones que escogemos sin consultarnos.

Al menos a mí esa es la impresión que me sacudió al principio, quizás es que no me da para más.

Uno se imagina que los encuentros franceses, llenos de imprevisión y encanto, tienen la azarosa y alegre frivolidad con la que nos los presenta cualquiera de las películas frívolas que los galos emiten desde que les dio por hacer (el) cine, por ejemplo al principio de Jules y Jim, de Truffaut. Se habla a veces del país del dandi, el bohemio, el mujeriego, el bebedor de absenta, de los que toman únicamente la inmediatez, los que viven conscientemente y con alegría en la apariencia, en la moda, el estilo, el romanticismo, el perfume, la alta cocina. Los que para decir “sentir” usan la misma palabra que para “oler”, vaya si no se mueven en el ámbito de lo sensorial. Esto contrastaría por una parte con la obsesión por la sustancia metafísica que muestra la cultura germana, y por otra con la búsqueda de los hechos sensibles y contrastables, en la que destaca la cultura anglosajona. Si dividiéramos cualquier fenómeno en tres instancias, a saber, en primer lugar sustancia inaprensible y de orden intelectual, en segundo lugar manifestación externa y medible y, en último lugar, apariencia estética y juicio de gusto en torno a ella, sería posible estirar la caricatura hasta el punto de asignar a Alemania el estudio del primero, a Inglaterra y los Estados Unidos el segundo y a la tierra del champán y las ostras el tercero: uno de esos sitios, no lo olvidemos, donde una manera de introspección personal muy popular es ir a hablarle al psicoanalista.

Pero, como todo estereotipo, queda muy lejos de la verdad. Porque la atención a lo minúsculo, lo fútil, lo fortuito, las redes serendípicas del mundo, se ha visto en multitud de manifestaciones de la cultura francesa elevada a una categoría mítica. El decorado, el Brest sobre el que llueve, adquiere una significación que va más allá de su condición de ornato, alcanza el estatus de símbolo. Sin irnos muy lejos, podemos ver esa magnificación de lo banal en sonados tópicos afrancesados como Amélie de Jean-Pierre Jeunet, Rayuela de Julio Cortázar, el Surrealismo o La Jetée de Chris Maker. En Rayuela todo son palabras, en Amélie casualidades, en el Surrealismo disparates y en La Jetée otro instante en un embarcadero (¿casualidad?). Pero en el primero se desvela una fuerte búsqueda existencial, en el segundo una trama oculta, en el tercero un método para la liberación del ser humano y en el cuarto el juego por el que se rige la memoria2. La atención al detalle es aquí un acercarse al baile de lo más diminuto para entrever lo más grande, una forma diagonal, híbrida del hecho y la impresión, del papel y el parpadeo. No es la Gran Abstracción, ni la Gran Concreción, sino un tipo de verdad que las atraviesa a las dos transversalmente, como una lanza. Algo que se siente además que se piensa, y a lo cual todavía no me siento abierto del todo.

Al fin y al cabo, muchas veces hace falta sumergirse largo tiempo en el contexto para conseguir ordenar lo que parece aparente. Si no, se interpreta a las otras culturas siguiendo un manual prefabricado en el que, no lo dude, todo encajará siempre.




Brest era una preciosa ciudad portuaria de Bretaña, en la Finisterre francesa. Fue ocupada por los Aliados en su momento, pero ante el avance de los alemanes la abandonaron y volaron muchas de las vías de acceso. Una vez ocupada por los nazis, el bombardeo sobre ella por parte de los Aliados fue intenso, y no quedó nada en pie. Tuvo que ser reconstruida y pasar por una prolongada penuria tras la guerra.

Quelle connerie.








[1]Lo recomiendo por su amenidad para quien se atreva a dar el salto a la versión original, así como por el mismo motivo aquellos que lo acompañaron, buenas elecciones todas: Le Horla et autres contes fantastiques de Maupassant, y L'Existentialisme est un humanisme de Sartre.
[2] http://www.youtube.com/watch?v=He8uZLPOT7A


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