viernes, 12 de abril de 2013

De cómo un hombre descubre lo que de verdad importa.



 Todo fue muy rápido, y no se sabe muy bien cómo pasó, y mucho menos por qué. Tal vez un comité de sabios hubiera llegado a una solución tras años de investigación, pero sólo una persona está ahora mismo en condiciones de conjeturar, y, aparte de no tratarse precisamente de un investigador, tiene otras cosas en las que pensar, como encontrar alimentos que no estén deteriorados, fuera  de los macilentos cadáveres de hombres y animales que pueblan las calles y las carreteras.

Pese a todo esto, sobre el “cómo” sí que tiene alguna que otra teoría Se descubrió que las partículas elementales de aquel entonces, los llamados quarks, estaban compuestos de entre un centenar y un millón de partículas aún más pequeñas, unidas por una fuerza potentísima. Su “fisión” producía una descarga de energía destructiva sin precedentes en la historia de la humanidad. Los hombres no se podían quedar impasibles ante el descubrimiento.

Pero él no ha visto ningún accidente especial en la geografía aún, y tiene entendido que esa clase de bombas provocaban cráteres, cosa que no es para nada cierta, pero no se ha preocupado en visitar al cadáver de un bibliotecario para investigarlo.

También había habido rumores sobre la innovación en armas de destrucción masiva por parte de países fanáticos. No les prestó atención a su debido tiempo y ahora se arrepiente muchísimo. Y también gripes y enfermedades contagiosas en los telediarios, amén de muchos anuncios de sectas sobre la hecatombe que vendría, y unos pocos sobre la que prepararían con sus propias manos. No estaba el mundo para bromas en esos días, y todo parece un chiste que ya provocó su dosis de risa una vez y ahora sólo hace sonreír levemente, o entristecerse tenuemente, o lo que quiera que pretendiera su autor, si es que consiguió plasmarlo bien.

El último hombre sobre la tierra sabe que dejó el mundo en uno de sus peores momentos, o más bien el mundo lo dejó a él. Pero, sin embargo, el mundo sólo se ha despedido de él, no se ha ido, sigue ahí fuera pero no le abre su corazón, no lo admite en su seno, y sin embargo le provoca más curiosidad, más inquietud que nunca. Alterna los lloros por su familia, sus amigos, su madre, su perro con la sensación apabullante de que ahora por fin no le dan todo hecho, ahora al fin el mundo es un misterio, ahora todo lo que conocía se ha derrumbado y detrás de los decorados hay un bosque de verdad. Pero sabe, o mejor dicho, sospecha, que si sigue siendo él mismo el mundo no podrá abrirse, y que para que se abra tiene que convertirse en otra cosa, tiene que lanzarlo todo por la borda o permanecerá siendo anacrónico y extraño, y en una minúscula parte ya lo ha hecho, desde el momento en el que el mundo se cerró llevándose casi todas las vidas con él. 

Él siente que esta vida ya es otra. Cuando uno sabe que el pasado de verdad es irrecuperable, que no existe ninguna vuelta atrás, sólo entonces consigue tener ante sus recuerdos una sensación de misericordiosa indiferencia.

Es una sensación que, hasta ahora, sólo un hombre en la historia de la humanidad ha sentido.

Miradlo ahí delante, con su camiseta rajada y sucia, pero cuidado, no os acerquéis demasiado, que os verá y se asustará. Camina por la calle con cierta cojera, ha tenido que arreglárselas para escapar de un par de sitios desagradables, y por primera vez salir de un metro ha sido mayor suplicio que entrar. Camina por la carretera, y lo hace por el centro de la vía, pese a la eterna advertencia de las señales, que evocan un mundo primigenio de hace dos días en el que no debiera de ser plácido estar andando allí a esa hora. Pero lo es, sobre todo si piensas en cada paso que das, porque te estás alejando al fin de la ciudad, de la ciudad en la que has vivido los últimos diez años, la ciudad donde tan histéricamente has reído y tan lentamente has llorado, donde están enterradas tu mujer y tu hija, enterradas en el quinto piso de un bloque cuya puerta está herméticamente cerrada.

Él no puede más que pensar que ojalá las pillara cubiertas por las sábanas.

Él esa noche, y ese día, durmió en un motel a las afueras de la ciudad, pero esa es otra historia.

La carretera lleva al pueblo donde había sido criado, y donde su madre acaba de morir. Pero no se dirige allí, hacía muchos años, además, que había evitado en la medida de lo posible volver al asfixiante y rudimentario pueblo, por motivos que no vienen al caso. Su vida en la ciudad fue absorbiéndolo, y ahora, desde lejos, la ve igual de rudimentaria y asfixiante. Hace muchos años que no andaba tanto, y pese al dolor en la pierna, el aire parece más fresco que nunca, aunque sea por el gas tóxico. Pero no puede pensar en ello.

Ya se divisan las primeras casas del pueblo.

Su objetivo no es el pueblo, porque ha escogido llegar hasta Terranova, lo cual ha sido su sueño durante años. La Tierra Nueva en la que él se pueda convertir en el Hombre Nuevo, libre, sano, extraño a todos los anteriores. Pero aunque no hubiera escogido otro destino, su destino no sería el pueblo, donde descubre ahora mismo al cadáver destrozado del carnicero al frente de su camión, y cree reconocer allí atrás a uno de los niños que sin duda estaban jugando. Sabe dónde está el almacén del pueblo, y no le cuesta romper una ventana y aprovisionarse de comida en lata y herramientas que sin duda le serán útiles en un futuro más o menos cercano. Se conoce el pueblo al dedillo. Su perro también provenía de allí... ¡qué recuerdos!

Y al último hombre en la tierra se le humedecen los ojos cuando descubre la cruda realidad, y es que a quien más ha estado echando de menos es a él, a su perro, pero recuerda que ha visto muchos cadáveres de mascotas, y que todavía no ha escuchado el trino de ningún pájaro. Aunque, quien sabe, quizás él no sea el último. Tal vez sólo es el último de su país, o puede que hasta de su condado. Lo que no se puede es inferir que...


-¡Hijo mío! ¡Ay, Dios mío, Dios mío de mi corazón, que no me creo lo que veo! ¡Ay, que no me lo creo! Creía que estaba ya todo perdido, y, como te puedes imaginar, tu madre a sus años no puede ir andando hasta la ciudad. Pero sabía que vendrías si estabas bien, lo sabía.

-Ma... ¿mamá? Esto es una alucinación por llevar tanto tiempo solo.

-Que no, hijo, estoy aquí, mírame bien -y Mamá camina lentamente hacia él.

-Pero, pero....¿cómo te has salvado? ¿Qué has hecho? Yo pensaba encontrarte muerta aquí mismo. Te iba a dar sepultura -y el Penúltimo Ser Humano sobre la tierra tira al suelo la pala que tiene en la mano y abraza a su madre, y, sin quererlo, se encuentra sonriendo al otro lado del abrazo.

-Han pasado tantos años... Podías haber sido un mejor hijo y haberte pasado por aquí de cuando en cuando. ¿Tan mal te traté como para que no vinieras nunca a visitarme?- dice, melodramáticamente.

-No, mamá, no es eso, y este no es precisamente el momento para esa clase de discusiones. Y... es...es simplemente que quería asentar mi nueva vida, asentarla para que no se me escapara ¿sabes?

-Querrás decir que no tenías tiempo que perder con tanta porquería como había por allí. Sí, no pongas esa cara. Mamá sabe muchas cosas. Pero ahora no tengo nada que reprocharte. ¡Estás vivo! ¡Y yo que pensé que todo fallaría!-dice la Última Mujer en la Tierra, con los ojos luminosos.

-¿Que todo fallaría?-responde el último Hijo sobre la tierra.

-Sí, a ver, lo he intentado por todos los medios. Al principio te llamaba insistentemente, pero te cambiaste de línea. Cogía el autobús de los domingos y me plantaba en la ciudad, no conseguí saber dónde vivías, pero así fue como acabé enterándome de algunas cosas que me preocuparon aún más sobre tu.. estilo de vida, y sobre tus compañías. No se puede tener a una madre preocupada. Una se lleva el día sola en casa y claro, se pone a pensar y es que no duerme. Si ya me tenías preocupada por estar allí, lejos, sin que pudiera alcanzarte o hablar contigo, pues imagínate después... No, sé que es extremo y que debería arrepentirme por ello, pero realmente no me quedaba otra opción. Pero bueno, aquí estás, que es lo que de verdad importa. Todo ha salido bien -y sonríe.

-Pero.... pero ¿cómo lo has hecho? -tartamudea el Último Hombre de la Tierra y señala quedamente a su alrededor, a los cadáveres de niños, hombres y viejos, y niñas, mujeres y viejas, y justo después se pellizca para ver si está soñando.


-Ya sabes que cuando una está en mi situación tiene mucho tiempo libre. -responde su Mamá- Venga, camina ya para casa, que tu cuarto está exactamente igual que como lo dejaste.


Y el Último Hombre sobre la Tierra contempla de nuevo la casa de su niñez, y dándole la espalda a la Tierra Nueva y al Hombre Nuevo sigue a su madre da través del césped del jardín plagado de gnomitos, sortea el cadáver del cartero y se enternece al descubrir que los dibujos que hizo de niño para dar un poco de vida al porche no han perdido nada de su color original.

1 comentario:

  1. Hacía mucho que no me pasaba por aquí. Nunca defrauda. Un gran blog. Besazos

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