sábado, 23 de marzo de 2013

Diario de un cura rural, III: Al desnudo

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En el inimitable museo del Louvre, en la sección de escultura francesa, hay una estatua que llama la atención de todos los viandantes. Es un viejo calveante, arrugado, deforme, cubierto por una escueta sábana en sus partes más nobles y poco más. En el suelo hay una máscara tirada, simbolizando que ha perdido todo lo superfluo, que se muestra tal como es. Una estampa lastimosa, que inspira una mezcla de compasión y fatiga, y, aunque en salas cercanas están algunas de las estatuas más impactantes jamás cinceladas, no puedes evitar verte movido por un sentimiento extraño. Cuando se pretende saber quiénes fueron el autor y el modelo, tras un par de paseos por el museo buscando el letrero en cuestión, uno descubre que es de un tal Jean-Baptiste Pigalle y que el título de la obra es “Voltaire nu”. ¿”Nu”? “Voltaire no”, querrá decir usted. Pues no, “nu” significa “desnudo” y, efectivamente, es Voltaire, el conocido filósofo y escritor de la Ilustración, el que ha motivado semejante representación. Resulta que ya en sus últimos años un grupo de aficionados a la literatura decidió rendirle el mayor de los homenajes y contrató a Monsieur Pigalle para que le hiciera un buen retrato, basándose en un busto que este último ya tenía medio preparado del sujeto. Se esperaban el retrato definitivo, un retrato que clavara en la memoria colectiva la imagen del personaje (como en los autorretratos de madurez de Rembrandt –también representados en el museo- o Goya). Pero empezaron a correr rumores sobre un extraño cuerpo para ese busto. El filósofo, inquieto al principio por lo que se estaba perpetrando, decidió finalmente practicar esa tolerancia que siempre había defendido y no inmiscuirse en la obra del otro, dejando que el arte siguiera su propio curso sin obstáculos. Resultado: es esta la imagen que muchos tienen de Voltaire cuando se les viene a la cabeza, no ya sin esas pelucas que estaban tan de moda entonces, sino sin cualquier clase de maquillaje ante la realidad corporal de la vejez.

Muchos admiraron el valor y la entereza que hay que tener para permitir semejante tropelía con la propia imagen, y muchos lo admiran aún hoy pero, ¿no es algo que nos resulta familiar? ¿Acaso no hay otro tipo que soporta toda clase de rumores, conjeturas, falsedades, exageraciones, sin pestañear?

Oh, de los Rivers, eres un visionario en un mundo cada vez más opaco. Una Ilustración a pie de página en un mundo cada vez más matematizado. Un santo entre cretinos. Un ser sencillo que sólo pide a la vida hierba en su jardín y patatas en su tenedor.  Recuerdo una vez que te pregunté si nuestra actividad difamatoria te molestaba y me respondiste que creías en la libertad de expresión. Me dejaste sin palabras. Deja de cambiarte el nombre en las redes sociales, nadie va a perseguirte ya. Ya no hay pinballs sanluqueños, y sin embargo tú, bola de billar,  sigues botando de cama en cama. Fuiste la Yoko Ono del Cadalso y al final ganaste la batalla. Fuiste comensal un día en el Wok del Carrefour y tuvieron que cambiar de dueño, porque no les salían las cuentas. Si el Último Hogar o el camello de Sanlúcar cierran sus puertas, Dios no lo quiera, tú, Voltaire, seguirás yendo todos los días por darte un voltio.
Nunca fuiste la bola perdida del pinball de la vida.  Eras esos botones con muelle en los que, cuando chocas, rebotas. Todo el disgusto que se descargaba en ti lo devolvías en forma de energía y amor. Botones Sacarino, sólo pedías por propina un ticket restaurante y un par de euros para el autobús (o eso decías).

Eres un lirón que hiberna en los cimientos de nuestra ciudad. No sabíamos si anunciabas tu partida a Madrid para conseguir que te invitáramos una vez tras otra, o para que nos diéramos cuenta de lo que perderíamos. Nos consuela saber que ahora mismo, en algún sitio, tú, cabeza monda, estarás mondando naranjas para esculpir penes de fruta. 

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