Hay demasiadas ratas
carcomiendo a la tripulación que aún queda en el barco en astillas. Y, lo que
es aún peor, infinitas víboras que abjuran de su fervoroso cainismo tomándonos
el pelo con milagreras buenas nuevas.
Tensar la piel sin
curtir del tantán que avienta el rito sin mito ni tribu en colación a un fin
sublime trasplantado a la virtualidad de los tiempos, sólo nos lleva de la mano
al abismo en el psicopompo de la isla de
Patmos.
Lejano se otea en el
horizonte la figura de un nuevo Eric Hobsbawm para las fauces de posibles
reinvenciones por la tradición cimentada en valores y fraternidades como unidad
de destino.