sábado, 9 de febrero de 2013

La Era del Vacío (V).


El excesivo infantilismo-pulp del s. XX en la manifestación artística restó credibilidad a su ejercicio reproductivo hasta decaerlo en la más ridícula desacreditación ante el público/consumidor.

Su consumo te ayudará (saciándote) a construir músculo gracias a sus aminoácidos... Infecunda tarea aquella que trata de regar la inexistente vegetación del páramo... ¡Qué bueno, el ser humano, como máquina adaptativa, tras recibir descargas de desgaste se recupera más allá de su estado inicial!

Si saltás - de un brinco - reconstruido del arcén de cualquier carretera secundaria para asaltar aquel tren del andén d’Austerlitz hasta acariciar las baldosas de Potzdamer Platz, hazlo o -en su defecto- te lo inventás.

Ese significante paso es el terreno que ganaría el 'prosaísmo de Cernuda' (entre la eterna retórica sempiterna "lengua hablada/lengua escrita"). Porque (ejemplo extensible por universal y redundante) lo que beneficia al hombre perjudica al poeta: éste ejerce la huida hacia delante cual latente samurái perenne... No es sino la entrega absoluta y desmedida -entre la Realidad o el Deseo- del héroe volcado en su vocación de guerrero lo que le sobrevive al escarnio público de la espada láser forjada y blandida por El Lado Oscuro (monstruo totémico alimentado por la masa adoctrinada por los académicos-lumbrera-de-LaNada).

Bajo la resina de madera de Boj, el Ethos. Sobre la Arnica, la égida encíclica.

A su pesar, desdora el bruñido honor cuando, solemnemente, tuestas la mano en el fuego por la corrupción moral del mercenario arte en pos de la vanguardia más yerma... Porque, dada la condición humana, devanar la madeja del futuro en negro sobre blanco casando la Amígdala y el Neocortex es útil para salvarse de los chantajes de la realidad ante el trapecio que oscila en la quimérica balanza de tragedias y triunfos.

Definitivamente este siglo es reacio a los juegos del artesano (tendiéndole todo tipo de trampa) y ante su prohibición o capitula o lo inmola o le disuelve en el Océano Divino de la NADA.

A servidor de nadie (y bajo esta especie de juramento sobre el bidé, tal vez, se despide para siempre esta serie de epigramas) no hay nada que le apetezca más que desayunar una buena hogaza de pan con aceite de oliva tomando el sol y oyendo piar a los pajaritos en la tartésica Ítaca.
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