- Se me ocurre que la muerte de la ortiga es la vida de mi amo cuya sed de corazón le provocó la vigilia que guardo. Y si por vigilia se entiende la protección y el auxilio, no será mi miseria maltrecha la que lleve a ese buen hombre lejos de su cama. ¡No se muera hoy, Don Enrique! ¡No se muera hoy, valeroso! No vaya a ser que la parienta me dé por sangre el aguinaldo que usted me guarda. ¡Pobre de mí! ¡Pobre de mí si usted me falta!
(Un ángel rubio aparece en escena. Porta un viejo hatillo. Se detiene frente a Bernabé)
A - ¿Qué le ocurre amigo?
B - Mal entierro y peor muerte.
A - ¿Hombre de fe?
B - Muy cristiano señor mío. ¡Pobre Don Enrique! Ni la muerte se presenta temprano a su lecho.
(Enriqueta lo aborda sin previo aviso)
E - ¡Gañan, sin vergüenza! Hoy no te escapas ni te olvido, porque con la somanta que te espera te entierro vivo.
B - Pero Enriqueta, se muere el Señor, se muere y nos deja solos. ¡Qué vamos a hacer! ¡Qué será de nosotros!
E - No me digas eso Bernabé cuando conoces mis nervios. ¡Enrique, Enrique...!
(Enriqueta se desmaya en el acto y cae a los pies del ángel)
A - Vuelve a darle con el hatillo que aún se mueve la hija de puta... Así perfecto.
B - ¿Me dirás ya la fecha de nuestra nupcia?
A - Dios nos aguarde, querido mío. A nosotros y a Don Enrique.
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