Hoy me miré los pies y me di cuenta de algo. Tengo un
agujero en el calcetín, un agujero en mis calcetines verdes, justo en el dedo
gordo, y lo deja al descubierto, desprotegido.
No puedo parar de mirarlo y pensar que quizás sea más que un
simple agujero en mi calcetín, que quizás se trate de un vórtice espacial, un
agujero negro que se traga todo lo que encuentra, y quizás por eso últimamente
echo en falta tantas cosas. Ahora le miro con odio, no con la curiosidad
inicial. Empiezo a detestar al agujero de mi calcetín.
Seguro que por su culpa perdí aquellos 20 euros de mi
cartera, seguro que por culpa perdí la llave mi habitación, seguro que por su
culpa perdí mi libro favorito, seguro que por su culpa les perdí, seguro que
por culpa perdí aquellos momentos tan perfectos, aquellas sonrisas y aquellos
anhelos.
Te odio, te odio maldito agujero. Te has llevado muchas
cosas, y seguro que estás planeando llevarte muchas más, ¿verdad? Nunca estarás
contento si yo tengo la oportunidad de estarlo. Y sin embargo pareces tan
inofensivo, tan sólo un agujero en el calcetín verde de mi pie izquierdo. Pero
no puedo parar de mirarte. Quizás me esté volviendo loca, y quizás sea porque
ya te has llevado algo más: mi cordura.
Qué avaricioso eres, maldita sea, qué avaricioso eres. Te
voy a tapar, te voy a coser y te voy a remendar. Tan sólo tengo que coger la
aguja y… y… y…
No puedo. Simplemente no puedo. Tan sólo eres un agujero… un
agujero en mi calcetín. Puede que por tu culpa tenga el dedo frío y molestias
al andar, quizás incluso sea cierto que me has estado quitando cosas… pero eres
un agujero.