Y me dicen “tú” cuando me ven tropezando por la calle, como si me conociesen, como si me hablasen. Pero realmente no me hablan, sino que me imperan. Y realmente no me conocen, sino que me tantean. Por ello tropiezo, para no caminar y errar al pisar, ya que si tropiezo no piso sino que casi caigo, y al caer pero sin caer siento el riesgo, que me revuelve el estómago y me anima las entrañas.
Aunque a pesar de todo me dirán “tú” cuando balbucee al hablar, cuando mi lengua sea torpe y no sepa pronunciar. Pero qué más da, porque qué les podrá importar lo que les vaya a contar, demasiado torpe seré para que les pueda importar. Qué podrá decir aquel a quien sus pies le hacen tropezar, aquel a quien su lengua no le responde al vocalizar.
En los momentos en los que tu lengua no es tu lengua, y tus pies son de todos menos tuyos, es cuándo se puede intuir más fácilmente la vanidad y trivialidad de la (ir)realidad. Quizás por eso te dicen "tu" y el monósilabo se vuelve turbador. Quizás.
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