martes, 12 de abril de 2011

A fructibus cognoscitur arbor: "Es sabiduría reconocer la necesidad, cuando todos los otros cursos ya han sido considerados" -Gandalf.




Max Weber sostiene que el acto fundacional del capitalismo moderno es la separación entre la producción y el hogar: la separación de los productores de las fuentes de su medio de vida (doble acto que libera a las acciones dirigidas a la obtención de beneficio). Como expresan Marx y Engels, el capitalismo moderno “funde todos los sólidos”; las comunidades que se automantenían y autorreproducían ocupan uno de los primeros lugares en la lista de elementos destinados a la licuefacción: los sólidos se licuan de tal modo que puedan forjarse otros nuevos más consistentes que los que se han fundido. Si para los escogidos el advenimiento del orden moderno significa la apertura de un horizonte vertiginosamente vasto para la autoafirmación individual, para la gran mayoría auguró que fueran reasignados de un entorno rígido y estrecho a otro.

En su oba El final de utopía, Russell Jacoby, expone la fatuidad del “credo multiculturalista”. Crítica explícita al posicionamiento multiculturalista” del intelectual bajo el “multiculturalismo” (“ideología del final de las ideologías”) se escuda las clases cultas contemporáneas. Así, tras el viaje de los intelectuales hasta su actual ecuanimidad hay una razón más importante que la cobardía de los “poseedores” de la cultura: con los poderes económicos cada vez más extraterritoriales, con una sociedad que vincula a sus miembros cada vez más a su papel de consumidores en vez de al de productores y en compañía de una modernidad cada vez más fluida, licuada, desregulada (es la desvinculación la nueva estrategia del poder y de la dominación y el exceso la regulación normativa).

En la experiencia cotidiana, como consecuencia de la nueva red global de dependencias, la red institucional de seguridad que nos protegía de las veleidades del mercado y de los caprichos de un destino tramado por el mercado es cada vez menor. Si la sociedad no satisface el deseo de un hogar seguro por su reciente traición incumpliendo sus promesas: a quienes sufren bajo las presiones de una existencia insegura e inciertas perspectivas, las promete más inseguridad en un drástico cambio de tono todavía difícil de asimilar, sus portavoces exigen más flexibilidad, exhortan a los individuos a ejercitar su propio ingenio en la búsqueda de supervivencia, mejora y una vida digna, a confiar en su propio coraje y en sus propias fuerzas y a culpar a su propia debilidad.

La tendencia al confinamiento comunal se desencadena y alienta en ambas direcciones: por mucho que los líderes de orientación liberal puedan lamentar este estado de cosas, parece que no hay en el horizonte agentes políticos genuinamente interesados en quebrar el círculo vicioso de exclusividades que se refuerzan mutuamente. Por otro lado, muchas de las fuerzas más poderosas conspiran para perpetuar la tendencia exclusivista y la construcción de barricadas.

Klima expresa: hoy, la gente “necesita ídolos que les den un sentimiento de seguridad, permanencia y estabilidad en un mundo que es cada vez más inseguro, dinámico y cambiante”. En un mundo notoriamente “dinámico y cambiante”, la permanencia y estabilidad del individuo es una receta para el desastre. Los ídolos necesitan garantizar que la “no permanencia” y la “inestabilidad” no son desastres sin paliativos, y pueden acabar siendo billetes premiados en la lotería de la felicidad; uno puede tener una vida razonable y gozosa entre arenas movedizas: los ídolos deben transmitir el mensaje de que la no permanencia perdurará, mostrando a la vez que la inestabilidad es un lugar del que puede disfrutarse. No todas las comunidades estéticas están centradas en los ídolos: su papel puede estar desempeñado por otras entidades por una amenaza verdadera o supuesta que suscite pánico o por el “enemigo público”.

Lo guay parece usurpar la ética del trabajo para instalarse como la disposición mental del capitalismo avanzado de consumo: huida del sentimiento, huida desde la confusión de la intimidad real hacia el mundo del polvo fácil, del divorcio intranscendente, de las relaciones no posesivas. El único atractivo del exilio autoelegido es la ausencia de compromisos y de compromisos a largo plazo del tipo que limita la libertad de movimientos en una comunidad con su “confusa intimidad”: cuando los compromisos son reemplazados por encuentros fugaces por “hasta nuevo aviso” o “de una noche” (o un día), uno puede suprimir del cálculo los efectos que las propias acciones pueden tener en la vida de otros. El mundo habitado por la nueve élite no está definido por su “domicilio permanente”: la nueva élite es “extraterritorial” (garantizando una zona despejada de comunidad). La burbuja en la nueva élite global de la empresa y de la industria cultural pasa la mayor parte de su vida es una zona despejada de comunidad: la secesión de los triunfadores es una huida de la comunidad.
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(Hoy, de nuestra memorable discoteca rescatamos Cruel to be kind de Nick Lowe).

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