domingo, 6 de febrero de 2011

XVI




La producción se convierte verdaderamente en internacional: ya no existe ningún Estado-Nación lo suficientemente poderoso para imponer su voluntad a nadie en asuntos culturales. Un único y mismo sistema se desarrolla partiendo de varios centros nacionales, transcendiendo la influencia de todo Estado-Nación.

Como indicaba el articulista de New Yorker Robert Heilbroner, en 1989, en “El triunfo del capitalismo” indicaba: “Menos de setenta y cinco años de su debut oficial, la lucha entre capitalismo y el socialismo se ha terminado: ha ganado el socialismo”.
Nadie se opone seriamente a los modelos de cultura occidental: los reclamos publicitarios de productos norteamericanos (Pepsi-Cola, Disney) han hecho su aparición las pantallas de la televisión soviética desde el 89.

Si la cultura continúa extendiéndose por el mundo servirá al interés de un sistema económico convertido en transnacional (y que no puede ser considerada norteamericana).
El poderío económico estadounidense ya no es incontestable: sectores enteros de fabricación están en decadencia. Y sin embargo, sus industriales culturales continúan invadiendo el mundo y sometiéndolo a su dominio.

El desarrollo de las nuevas tecnologías están en el origen del actual torrente de imágenes y datos que extiende por el mundo: medios que permiten llegar instantáneamente a cualquier punto del planeta.

¿Cómo puede explicarse que un imperio en decadencia tenga la capacidad de tener en sus garras la cultura popular y la información del mundo entero? ¿Puede originar en un solo país una potencia de esta naturaleza?

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